La retórica renacentista: nociones introductorias


Para adquirir un conocimiento apropiado de la retórica renacentista, como de muchas otras facetas del Renacimiento, debemos empezar por las fuentes antiguas. Durante la Edad Media, las fuentes básicas para la teoría general de la retórica fueron el De inventione de Cicerón y la pseudociceroniana Rhetorica ad Herennium. Como libros de texto más conocidos, generaron numerosos comentarios, especialmente durante los siglos XII y XIV; en los últimos años, la crítica ha dispensado mucha atención a estos comentarios. El siglo XV añadió las obras retóricas más maduras de Cicerón, sobre todo el Orator y el De oratore. Estos textos ejercieron una gran influencia sobre el pensamiento y la literatura del Renacimiento, influencia de la que se han dado muchos ejemplos, pero que debería explorarse más profundamente. Quintiliano, cuya obra se conoció en la Edad Media a través de una versión incompleta, fue sólo redescubierto en su texto íntegro y ampliamente estudiado en el siglo XV. Aún no se ha indagado suficientemente su influjo, pero es significativo que Lorenzo Valla le atribuyera más autoridad que al mismo Cicerón.Los discursos ciceronianos, algunos muy conocidos y otros descubiertos en ese período, fueron muy admirados e imitados; de hecho, las entonces recuperadas introducciones de Ascanio a algunos discursos de Cicerón estimularon los intentos de Antonio Loschi y Sicco Polenton de hacer lo mismo con otras piezas oratorias de ciceronianos. En cuanto a la composición de cartas, las de Séneca y Plinio y, sobre todo, las entonces recientemente halladas de Cicerón, proporcionaron las fuentes y los modelos principales.

La extensión de las fuentes antiguas durante el Renacimiento -en retórica y en otros campos- es mucho más superficial cuando examinamos las griegas. Muy pocas eran las fuentes conocidas de la retórica griega al final de la Edad Media: la Retórica de Aristóteles y la pseudo-aristotélica Rhetorica ad Alexandrum; el tratado De elocutione, atribuido a Demetrio de Faleron, y el discurso Ad Demonicum, adjudicado a Isócrates. Estos tres últimos textos tuvieron una circulaciónmuy restringida; y como la Retórica de Aristóteles -aunque muy conocida- fue estudiada por los filósofos escolásticos como una parte de la filosofía moral, pero no por los retóricos profesionales, podemos asegurar con certeza que las teorías y los textos griegos no influyeron en la retórica medieval,excepto por la intermediación de los retóricos latinos.

Durante el Renacimiento, Occidente accedió a todo el corpus de la literatura retórica griega a través de los textos originales o de las traducciones latinas y vernáculas. Los humanistas conocieron no sólo a Hermógenes y Aftonio, que habían dominado, durante la última Antigüedad y el período bizantino, la tradición retórica entre los griegos, sino también al Pseudo-Longino, Dionisio de Halicarnaso, Menandro y otros autores menores de retórica. Muy conocidos llegaron a ser la Rhetorica ad Alexandrum y el Pseudo-Demetrio; y lo que es más importante: la Retórica de Aristóteles fue apreciada y ampliamente estudiada más como obra de retórica que de filosofía moral.


Cuando Aldo Manuzio publicó la primera edición griega de los textos de Aristóteles (1495-1498), significativamente excluyó la Retórica (y la recién encontrada Poética), para incluirla en el corpus de textos retóricos griegos que publicó pocos años después (1508). En el siglo XVI, la Retórica de Aristóteles tuvo muchos comentaristas, todos más humanistas y retóricos que filósofos morales. Por sus contribuciones a la teoría retórica y literaria, el corpus completo de comentarios a la Retórica debería examinarse con la misma cuidadosa atención que los comentarios a la Poética -algunos de ellos preparados por los mismos autores- han merecido recientemente. A los tratados teóricos sobre retórica debemos añadir los productos de la antigua oratoria griega. Todos los oradores áticos -especialmente Lisias, Isócrates y Demóstenes- fueron traducidos, leídos e imitados; también algunos de los últimos oradores griegos, como Dio de Prusa, Arístides y Libanius. Podríamos incluir los discursos que se encuentran en las obras de Tucídides, Dio Cassius y otros historiadores, discursos a veces traducidos y estudiados como piezas independientes. El vasto corpus griego de cartas, la mayoría de ellas tardías y apócrifas -y por tanto desatendidas por los modernos filólogos clásicos-, fue enormemente popular entre los humanistas del Renacimiento. Las cartas atribuidas a Falaris, Diógenes el Cínico, Bruto y otros figuraron entre las obras más leídas de la literatura antigua, a juzgar por el número de traducciones, manuscritos y ediciones existentes; además, las cartas de Libanius fueron tempranamente duplicadas en el siglo XV por las falsificaciones latinas de Francesco Zambeccari. Buena parte de este material está a la espera aún de una cuidadosa tarea de escrutinio bibliográfico, estudio textual y exploración de su influencia.

P.O. Kristeller, "La retórica en la cultura medieval y renacentista", en J.J. Murphy (ed.), La elocuencia en el Renacimiento. Visor Libros, Madrid, 1998.