Bernardino Telesio (Cosenza, 1509 - 1588), en palabras de Miguel Ángel Granada, "es sin duda una de las figuras más interesantes en el amplio debate desarrollado a lo largo del siglo XVI acerca de la estructura y configuración del universo (con la consiguiente discusión sobre la validez del sistema filosófico-natural aristotélico) y acerca de la metodología más apropiada para su conocimiento. No en vano fue saludado por Francis Bacon como «el primero de los modernos» y valorado por Giordano Bruno como «juiciosísimo, [que] ha hecho honorable guerra a Aristóteles».
Telesio fue el primero de los novatores que en la segunda mitad del siglo XVI trataron de construir una nueva «filosofía de la naturaleza» en oposición al aristotelismo. Tras él vinieron otros dos filósofos meridionales, Giordano Bruno y Tommaso Campanella, cuya obra (especialmente la del segundo) continuó la polémica antiaristotélica de Telesio y su construcción de una nueva imagen del universo y del modo de operar de la naturaleza. Telesio abrió el camino con su obra fundamental: De natura iuxta propria principia (Roma 1565). Fruto de una larga gestación y publicada cuando Telesio contaba ya casi 60 años, Telesio continuó revisándola y ampliándola hasta las vísperas de su muerte, como muestran las otras dos ediciones que aparecieron en vida".
A continuación reproducimos la síntesis que de dicha obra realizó Paul Oskar Kristeller en su libro Ocho filósofos del Renacimiento italiano (Fondo de Cultura Económica, 1973), que puede leerse en su versión íntegra en este enlace.
Telesio nunca enseñó en una universidad, aunque recibió por
lo menos un ofrecimiento de Roma. Sin embargo, en su ciudad natal de Cosenza,
en la que pasó una gran parte de sus últimos años con excepción de varias
visitas largas a Nápoles, fundó según la costumbre del periodo una academia, la
Academia Cosentina, dedicada al estudio de la filosofía natural de conformidad
con sus principios y métodos. Parece haber enseñado mucho aquí; en todo caso, tuvo
varios alumnos, y la academia continuó sus actividades por unos años después de
su muerte.
Al discutir el pensamiento de Telesio, será mejor dar un
resumen de su obra principal, De rerum natura, tomado de la tercera edición
definitiva, con mucho la más completa. En su prefacio, Telesio rechaza la
doctrina de Aristóteles porque está en conflicto con los sentidos, consigo
misma y con la Escritura, y afirma que su propia doctrina está libre de estos
defectos.3 En la introducción al primer libro, insiste nuevamente en que, a
diferencia de sus predecesores, que meramente seguían sus propias invenciones,
él no ha seguido sino la percepción de los sentidos y la naturaleza, pero añade
que está dispuesto a subordinar aun el testimonio de los sentidos a la
autoridad de la Escritura y de la Iglesia católica.4
Luego procede a exponer los principios de su filosofía
natural, y propone el calor y el frío como los dos principios activos de todas
las cosas, con la materia como un tercer principio pasivo. El cielo, y especialmente el sol, representan
el principio del calor, y la tierra el principio del frío; de su cooperación se
generan todas las demás cosas (I, 1-5).
Habiendo desarrollado y aplicado estos principios con algún
detalle, Telesio concluye el primer libro de su obra con un interesante tratado
del espacio y el tiempo (I, 25-29). Usando el reloj de agua y otros fenómenos
observables como ejemplos, Telesio arguye, contra Aristóteles, que un espacio
vacío es posible, y define el espacio como algo que es capaz de contener
cuerpos y distinto de los cuerpos que contiene (I, 25). Este espacio es sin movimiento,
del todo idéntico, puede existir sin cuerpos y es aquello en lo que todos los
seres están situados. Al defender esta opinión, Telesio apela al testimonio de
los sentidos contra las razones de Aristóteles. De manera semejante, arguye
contra Aristóteles que el tiempo no depende del movimiento, y que todo
movimiento presupone tiempo y ocurre dentro del tiempo (I, 29).
Habiendo expuesto su propia posición, Telesio examina y
refuta las opiniones de los filósofos anteriores, en particular Aristóteles y
sus seguidores, al que considera superior a todos los demás en esta rama de la
filosofía. La crítica del aristotelismo ocupa los tres libros siguientes, y
ésta es la sección con la que concluía la obra en sus primeras dos ediciones. Evidentemente,
la doctrina resumida hasta aquí constituye el núcleo más temprano de la filosofía
de Telesio, y las teorías expuestas en los libros posteriores fueron escritas,
si no concebidas, en un estadio posterior de su desarrollo. Hablando
ampliamente, podemos decir que los primeros cuatro libros tratan de cosmología,
y los últimos cinco, de cuestiones biológicas y especialmente psicológicas.
Toda la discusión gira sobre una distinción fundamental introducida por Telesio
en el libro quinto y sostenida a través de todo el resto de la obra (V, 2).
Según esta distinción, hay dos almas diferentes en el
hombre. Telesio llama a la primera de ellas el espíritu producido de la
generación, y a la segunda el alma infundida por Dios. La primera, el espíritu,
como la llamaremos para abreviar, también se encuentra en los animales y aun en
las plantas. Es una especie de cuerpo tenue y sutil, y no debe ser considerado puramente
como la forma del cuerpo, como creía Aristóteles, sino, más bien, como una cosa
que existe por sí misma. Se localiza de manera primaria en el cerebro, pero de
ahí se difunde a través de todo el cuerpo. Así, un animal consta de espíritu y
cuerpo como de dos cosas distintas y diversas, y el espíritu está encerrado en
el cuerpo como en una envoltura u órgano. Ahora bien, la primera función del
espíritu, se nos dice en el libro VII, es la sensación, y por tanto la
sensación se atribuye a todas las cosas a causa del espíritu. El espíritu tiene
sensación porque las cosas externas actúan sobre él y lo cambian, y él es
consciente de estos cambios y pasiones que lo afectan. Así, el espíritu percibe
las cosas externas tanto como siente sus propios cambios y pasiones, que a su
vez son causados por esas cosas externas (VII, 2).
El efecto de las cosas externas sobre el espíritu consiste
en la expansión o en la contracción, y estos impulsos pueden ser conducentes a
la conservación o a la corrupción del espíritu. De aquí que la sensación esté
acompañada inmediatamente por placer o dolor, ya que el placer no es otra cosa
sino el sentido de conservación, y el dolor, nada más que el sentido de la
corrupción (VII, 3).
Toda sensación se deriva en último término del sentido del
tacto (VII, 8). Con este principio en mente, Telesio discute en el libro VIII
las diferentes formas de conocimiento. El espíritu percibe todas las cosas,
repite, porque todas las cosas actúan sobre él y lo mueven, y así percibe
también su semejanza o desemejanza. Por la percepción de objetos como seres idénticos
o diferentes, el espíritu llega a conceptos universales (VIII, 1). Porque el
espíritu posee, además de la sensación, la facultad de la memoria o retención
(VIII, 2). Ahora bien, todo conocimiento consiste en pasar de lo que es
completamente conocido a lo que es conocido sólo en parte. Cuando la razón
propone algo, lo hace sobre la base de una semejanza con cosas percibidas, y
rechaza todo lo que está en oposición con sus percepciones. Así, la base de
todo conocimiento intelectual es una semejanza percibida por los sentidos.5 Por
tanto, el conocimiento intelectual se deriva de la percepción de los sentidos,
y es menos perfecto que esta última (VIII, 3). Aun la geometría se basa en la
percepción sensorial (VIII, 4) y las conclusiones matemáticas son inferiores a
las de la filosofía natural (VIII, 5). Puesto que nuestro pensamiento está sujeto
a fatiga, error y olvido, esto prueba que se lleva a cabo con la cooperación
del espíritu, sujeto a tales defectos, aun cuando el alma superior pueda estar envuelta
también. El pensamiento puro, sin la cooperación del espíritu, será posible
solamente en una vida futura (VIII, 6). Todo nuestro conocimiento, en tanto que
se refiere a objetos naturales y se deriva de ellos, se basa en la percepción y
en la semejanza de sus objetos (VIII, 7). Este conocimiento y esta razón,
puesto que se refieren a la percepción, también son compartidos por los
animales (VIII, 14).
Por otra parte, el hombre posee un alma superior que es
creada por Dios e infundida en su cuerpo, en particular en su espíritu, y esta
alma posee una facultad diferente de pensamiento que le es peculiar. Así el
hombre tiene dos almas, una divina e inmortal, la otra corporal y mortal. En
consecuencia, el hombre tiene un doble deseo y un doble intelecto. Un intelecto
percibe las cosas divinas, pertenece al alma infusa y es peculiar al hombre. El
otro intelecto percibe objetos sensoriales, pertenece al espíritu y es poseído
también por los animales. Podríamos mejor reservar el nombre “intelecto” para
el primero y llamar al último la facultad de conocer y de recordar. A causa de
este doble deseo, el hombre posee el libre albedrío, que no es compartido por
los animales (VIII, 15). El intelecto del alma infusa es inmaterial y no tiene
instrumento corporal; es puramente pasivo y potencial en relación con sus
objetos. Recibe las formas de sus objetos y se relaciona con las cosas
inteligibles, de la misma manera que la percepción se relaciona con los objetos
sensuales (VIII, 19).
Después de esta digresión sobre el alma infusa, que está
contenida principalmente en el libro VIII, Telesio vuelve al espíritu y trata
de construir sobre él una detallada teoría de las pasiones y de las virtudes y
vicios. Las diferencias en inteligencia y carácter moral entre los seres
humanos se atribuyen a las diferencias en sus espíritus con respecto a
cordialidad, sutileza y pureza (VIII, 35-36). El espíritu está regido por el
principio de autoconservación (IX, 3), y el placer no es otra cosa que el
sentido de esta conservación, como ya hemos visto. Nuestras pasiones y
emociones reflejan los cambios a los que nuestro espíritu está expuesto, y la
autoconservación del espíritu constituye la medida de estas emociones. Las
emociones moderadas constituyen la virtud, ya que corresponden a impulsos
favorables recibidos por el espíritu, conducentes a su conservación, mientras
que las emociones inmoderadas constituyen el vicio, ya que corresponden a
impulsos dañinos conducentes a la corrupción del espíritu (IX, 4). Telesio
termina su obra con una detallada discusión de las virtudes y vicios
particulares sobre la base de estos principios.