
Ya en Florencia empieza a articularse desde el primer momento en tomo a Savonarola un creciente movimiento popular; sus sermones (primero en San Marco, luego en Ia catedral, escuchados por ocho o diez mil personas que acudían con dos o tres horas de antelación para "coger sitio") inciden sobre Ia critica y la denuncia del tiempo contemporáneo, en la Iglesia y en Florencia: critico de Lorenzo el Magnífico, de su régimen político y de la vida cultural y religiosa florentina, Ia predicación savonaroliana incide sobre la necesidad de una reforma religiosa y moral del mundo humano, esto es, de una regeneración total del hombre y de la comunidad social cristiana. Los predicadores antisavonarolianos catapultados por Lorenzo el Magnifico para neutralizar la influencia savonaroliana, apenas obtienen eco entre la población florentina, mayoritariamente arrebatada por la palabra y por el uso que el fraile hace de profecía, movilizando ansiedades, angustias, insatisfacciones, culpas y anhelos profundamente enraizados en Ia tradición religiosa: ante Ia profunda degradación y corrupción de la Iglesia, es decir, del mundo humano, Dios se apresta ya a intervenir directamente; muy pronto sobrevendrán el necesario castigo, la penitencia, y tras la ineludible purga -tras la separación de la cizaña- la cristiandad alcanzará la reforma.
Los "prodigios" y eventos milagrosos que acompañan la predicación savonaroliana y que se producen por doquier, pero sobre todo la misma capacidad de "profeta" presente en Savonarola garantizan a la población florentina, a las masas de sus fieles "llorones" (piagnoni; nombre con el que eran designados los savonarolianos por sus detractores), que el monje dominico es -como reza el pie del retrato contemporáneo mas divulgado, obra de fra Bartolomeo- "propheta missus a Deo". Sobre toda Florencia pesarán, fundamentalmente, como testimonio de esa dimensión excepcional del fraile, dos de sus profecías: su predicción de la muerte de Lorenzo el Magnífico, ocurrida inesperadamente en 1492; su aviso de la inminente llegada desde más allá de los Alpes del "nuevo Ciro", es decir, de la espada (gladius) mediante la cual Dios dara comienzo a su obra de castigo, purgación y reconstrucción de su rebaño humano, en lo cual se vio a posteriori la profecía de la bajada a Italia en 1494 de Carlos VIII de Francia.
Pero la adhesión a Savonarola y su reforma, su veneración como profeta, no se limitaba a los círculos populares "llorones"; se extendió también y prendió entre las filas de Ia aristocracia intelectual: el circulo platónico-ficiniano se dejó también seducir y arrebatar por el profetismo milenarista y purificador encarnado en el dominico de Ferrara. El propio Marsilio Ficino considero en un principio a Savonarola "profeta elegido por Dios" y no parece haber adoptado una actitud abiertamente hostil hasta 1497. En líneas generales, todo el circulo ficiniano se hace savonaroliano en una medida más o menos completa: Giovanni Pico della Mirandola, Ugolino Verino, Paolo Orlandini, Girolamo Benivieni y sobre todo Giovanni Nesi. Miembros del circulo platónico parecen además haber formado parte de la Academia Marciana, foro de discusión filosófico-religiosa centrado en tomo a Savonarola en el mismo convento de San Marco.
Este savonarolismo de los miembros mas cualificados del círculo ficiniano nos obliga consecuentemente a matizar cuidadosamente la, por otra parte, cierta oposición y divergencia entre Ficino y Savonarola, entre reforma platónica y reforma savonaroliana. Aunque las diferencias podían ser explicitadas y agudizadas hasta el punto de hacer aparecer ambas posiciones y actitudes totalmente incompatibles (el mismo Savonarola haría afirmaciones en esta dirección), lo cierto es que los platónicos arrebatados por la profecía y el milenarismo savonaroliano jamás sintieron dicha incompatibilidad, sino, por el contrario, una armonía y conciliación plenas, como muestra por ejemplo que Paolo Orlandini coloque juntos en el cielo (en su Somnium de novo seculo) a Ficino y Savonarola, o que Giovanni Nesi unifique como plenamente coincidentes la sabiduría esotérica pitagórico-órfica-platónico-hermético-cabalística aprendida de Ficino y Pico con Ia exigencia savonaroliana de reforma eclesiástica y humana.
Ante el peso tan decisivo de Savonarola en Florencia no es extraño que (tras Ia bajada a Italia de Carlos VIII a finales de 1494 y Ia huida de Piero de Medici de Florencia, con el consiguiente hundimiento del régimen mediceo en los primeros días de noviembre de dicho año) el monje dominico dirigente e inspirador de un amplísimo movimiento de masas en Ia reestructuración política de Florencia. Tal papel, además, venía impuesto a la población florentina por Ia aplastante dimensión divina y profética de Savonarola: sus profecías de Ia muerte de Lorenzo el Magnifico y del papa Inocencio VIII se habían cumplido en 1492; se había cumplido también su profecía de advenimiento del "nuevo Ciro", de la "espada" gobemada por Dios para castigar Ia corrupcion de la Iglesia y de Italia; también se había realizado su aviso de Ia expulsión de los Medici de Ia ciudad. Todo ello confería, por tanto, a Savonarola una enorme autoridad religiosa, moral y política. Era una consecuencia natural pensar que estaba en marcha el proceso de purgación y renovatio descrito por el fraile; era lógico pensar que la reforma de Florencia (politica, moral y religiosa) debía seguir el plan divino transmitido por Savonarola como primer acto de Ia reforma total de Italia, de Ia Iglesia y de Ia conversión al cristianismo de los infieles. No es extraño que esta fusión de profecía, religión y política produjera una fuerte impresión en Nicolás Maquiavelo, que en aquellos momentos contaba ya 25 años; aunque carecemos de
testimonios procedentes de estos años, no es nada absurdo pensar que su experiencia de Savonarola haya contribuido fuertemente a moldear su tesis de la necesidad en que se encuentra todo reformador político de ser al mismo tiempo reformador religioso, para llevar adelante e imponer su reforma política.
(Miguel A. Granada, Cosmología, religión y política en el Renacimiento. Anthropos, Barcelona, 1988)
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