La renovación dialéctica y el combate contra la escolástica


Reproducimos un fragmento del libro de Eugenio Garin La educación en Europa 1400-1460 (Crítica, 1987) por el énfasis que pone el autor en la importancia del humanismo para la renovación pedagógica de Europa. Destacando la relevancia cultural y social de los estudios humanísticos, el autor acierta a ponderar el papel extremadamente importante de la incipiente filología y sus disciplinas adyacentes (retórica y dialéctica) como herramienta idónea para la transformación de una sociedad. Se puede leer el libro completo en este enlace.

Los studia humanitatis estaban ligados a una imagen del hombre de su papel, y a una concepción de su lugar en el mundo y en la sociedad. La renovación humanística, en efecto, se manifestó concretamente en la organización de los estudios, en el mundo de la cultura, en los libros cuya lectura se impuso casi al mismo tiempo en toda Europa. Y tal movimiento no se redujo por esto a un simple episodio de la vida escolástica, a una controversia entre especialistas de diversas disciplinas, a un hecho —en suma— lateral, o absolutamente marginal de la vida de un siglo, sino a la transformación de ciertos modelos retóricos. Sin duda, el humanismo también fue esto y podemos tomar el movimiento de los «modernos» incluso en el conflicto entre las disciplinas universitarias o en la vasta difusión de los estudios ciceronianos o en la transformación de las formas epistolares u oratorias.

Precisamente porque se trató de una profunda renovación, no es difícil rastrear las resonancias en cada plano; sin embargo, sería señal de escasa conciencia histórica concebirlo como signos de unas determinadas resonancias secundarias. Es como si, una vez suprimidas en 1873 las facultades de teología en Italia, alguien concluyera con que todo el «resugimiento» en el plano cultural, y en otros, se pudiera reducir a una modificación en la organización universitaria, fenómeno a su vez marginal o incluso insignificante, una vez visto que la ley en cuestión preveía que las enseñanzas de la facultad suprimida podrían ser impartidas, si fuera necesario, en la facultad de filosofía y letras.

No muy distinto es el razonamiento de los que, observando cómo la renovación de los studia humanitatis se manifiesta inicialmente en el campo de las «letras» y de las ciencias morales, tienden a limitar al máximo este movimiento en el plano del saber, confinándolo al campo de la retórica y excluyéndolo de toda incidencia en el desarrollo del pensamiento en general, cambiando métodos y direcciones.

Los studia humanitatis —se dice— no se deberían oponer a la filosofía «escolástica» como expresión e instrumento de un progreso del saber. Su polémica, cuando existía, no hizo más que prolongar en el Renacimiento el antiguo contraste entre «una orientación moral y literaria y una actitud científica y positiva». Tanto es así —se concluye— que las dos ramas de la cultura, o sea, lo humanístico (retórico-filológico) y lo escolástico (médico y filosófico) continuaron progresando paralelamente cada una por su propio camino, aunque con rivalidad y recelo.

En realidad, estos contrastes de escuelas y luchas de maestros y el choque renovado entre antiguos y modernos son indicios de un movimiento más grave y profundo que un levantamiento universitario cualquiera. Que en las escuelas de Cambridge, en 1535, se ordene la sustitución de Rodolfo Agricola y de Melanchthon por Juan Escoto Burleo, al mismo tiempo que se estimula el estudio del griego y se impone la lectura directa del texto bíblico en lugar de las Sentencias, significa algo: se trata de una lógica nueva que penetra en la enseñanza a través de la dialéctica, que tendrá tanta importancia en la escuela europea y que, con el ramismo, invadirá campos de investigación cada vez más vastos. Que el conflicto, en determinados momentos, se haya expresado como polémica de las «letras» contra una forma de cultivar la «física» (pero a veces también como polémica entre «leyes» y «medicina», o entre «artes» y «leyes») no significa que se pueda reducir a una rivalidad entre ciencias morales y ciencias naturales o teología: significa un enfrentamiento entre métodos. A la literatura árabe no se opone, de ningún modo, la literatura griega, pero sí la medicina de Hipócrates y Galeno, y la necesidad de nuevos planteamientos de métodos y de una clarificación lingüística; se quiere sustituir a lógicos y físicos por lógicos y físicos, no por «gramáticos». Los gramáticos, basándose en Aristóteles, Temistio, Alejandro y Filópono, ponen en discusión la adecuación y funcionalidad, por un lado, de un lenguaje; y por otro, de un método, y se preguntan, cada vez más insistentemente, dos cosas: si el método silogístico agota la lógica; y si la ordenación y la clasificación de las ciencias no deberían ser sometidas a discusión.

Por otra parte, que los «humanistas», proponiendo una reforma de la enseñanza, combatieron la «escolástica» no es una interpretación histórica de fecha reciente. El planteamiento antiescolástico, en este sentido, domina en todo el siglo XVI hasta que, tanto el teólogo escolástico auténtico como el tardío, tanto Francisco de Meyronnes como Crisóstomo Javelli, se convierten en personajes de comedia, de cuyo nefasto influjo nos liberamos con fuertes purgantes cuyos ingredientes son, no sólo la lógica de Agricola o de Ramus, sino también la física de Cesalpino o de Brasavola. En realidad, es característico de la escolástica el querer liberarse, como método y forma superada de una organización del saber, como tipo de procedimiento inútilmente complicado y absurdamente abstracto. Cuando en las Epistolae obscurorum virorum encontramos en boca del científico el argumento decisivo contra el «hombre de letras», se origina todo un modo de razonar. [...]  Esto significa razonar lógica y brevemente contra los largos discursos basados en argumentos históricos, no cerrarse «tantum circa verba», sino apreciar «res ipsas interiores». No burlonamente, sino con extrema seriedad, Vives ataca a los pseudodialécticos de la decrépita Sorbona, a los que ya nadie podrá confiar la educación de los jóvenes. Si la nueva lógica de los Valla y de los Poliziano le parece aún muy insuficiente en la parte constructiva, la acepta plenamente en la postura crítica y destructiva. La gran polémica en torno al vocabulario era una tentativa radical de liberarse de una trama refinadísima y complicadísima de procedimientos y de cuestiones que el esfuerzo de siglos había demostrado inútil. El retorno a los clásicos, a la pureza de un lenguaje no corrompido sino significante, era no ya una cuestión de una forma bella de escribir, sino de pensar bien.