Pléton y el retorno de Zeus a Europa


Georgios Gemistos, Pléton (1355-1452), fue un humanista y filósofo bizantino, unos de los principales impulsores del estudio del griego en el mundo latino, y del platonismo. Ferviente seguidor de Platón, enseñó en Florencia, y con sus teorías estableció la base para la creación de la Academia de Florencia, por lo cual se lo considera un precursor del Renacimiento. Reproducimos un fragmento de "Neoplatonismo y hermetismo", un capítulo del libro clásico de Eugenio Garin El zodíaco de la vida. La polémica astrológica del trescientos al quinientos (Península, 1981), en el cual se trazan las líneas maestras de su propuesta filosófica y teológica. Se puede leer el libro completo en este enlace.

En 1439, el Concilio para la unificación de las iglesias se trasladó de Ferrara a Florencia: fue sin lugar dudas un importante acontecimiento, no sólo en el terreno religioso, sino también en el político y, sobre todo, en el plano cultural. El encuentro de las figuras más representativas del mundo cristiano, griego y oriental con los mayores exponentes de la esfera latina fue un hecho excepcional cuya resonancia no siempre la han valorado adecuadamente los historiadores. Se confrontaron doctrinas y creencias, concurrieron libros, se fomentaron polémicas, se difundió información, se multiplicaron los contactos personales. El paso del legado del pensamiento griego por Italia, que tendrá casi un símbolo y un testimonio en la donación a Venecia de la biblioteca de Besarión, tiene un momento culminante en el Concilio Florentino.

Por otro lado, los griegos, sin quererlo siquiera, precisamente cuando defendían la originalidad de la tradición oriental ante los latinos, contribuyeron a la puesta en crisis de las posiciones maduras de la escolástica occidental. «La inserción de Aristóteles en la teología latina sobre las huellas de Alberto Magno y de Tomás de Aquino, el uso frecuente del vocabulario de la metafísica aristotélica por parte de los teólogos occidentales, el carácter intelectual de esta misma teología aparecía a los ojos de los hombres de la Iglesia de Oriente, no obstante su formación humanística, como una intrusión fuera de lugar de la ciencia mundana en la teología, que es ciencia de Dios... Aunque hombres como Besarión y Marcos de Efeso estuvieron totalmente capacitados para utilizar todos los recursos escolásticos del razonamiento, los griegos opinaban que la teología no tenía nada que ver ni con Aristóteles ni con los silogismos. Ante el arsenal dialéctico mediante el que los latinos sostenían sus tesis, quedaban más escandalizados que convencidos.»

Era la tradición neoplatónica en general lo que con los Padres griegos renacía con fuerza, incluso en sus manifestaciones más temerarias, en una recuperación del helenismo a veces desconcertante. No se trató solamente de un mayor conocimiento y comentario de Aristóteles mediante un retorno al vigor y rigor de los originales, ni siquiera de una simple integración de aristotelismo y platonismo y de una toma de contacto más completa con toda la riqueza del pensamiento árabe. Hubo ante todo un redescubrimiento de la época helénica, cuando en la cultura griega habían confluido aportes orientales de todo tipo. Precisamente en este clima asistimos al encuentro singular entre las doctrinas mágico-astrológicas del medievo latino, en que el legado antiguo se había filtrado a través del mundo islámico, y las posiciones helenísticas, reencontradas en las fuentes griegas. Diose así una confrontación de una gran copia de temas, orientada a veces hacia tentativas de síntesis nuevas, a veces resuelta en crisis y críticas radicales. Por lo demás, hubo algo decisivo: el retorno a Florencia, en aquel momento, de todas las divinidades de Grecia, justamente en el punto en que el mundo cristiano, enfrentado a la amenaza turca, buscaba reinstaurar la propia unidad. Paradójicamente, pareció que la reunificación de los hombres tuviera que obtenerse, más allá de las religiones reveladas, en el retomo a aquellos principios en que los últimos filósofos griegos habían visto los símbolos de la suprema e inefable unidad divina.

Fue en aquella atmósfera donde el más solemne de los participantes del Concilio, Jorge Gemisto Pletón, restaurador en Mistra del culto de los dioses paganos, anunció, conversando con los mismos florentinos, el fin inminente del hebraísmo, del cristianismo y del islamismo, y la próxima conversión de los hombres a la religión de la verdad. «Yo mismo le he oído en Florencia —dice su implacable adversario Jorge de Trebisonda— mientras decía que al cabo de pocos años el mundo entero tendría una sola e idéntica religión, un ánimo, una mente, una predicación única. Y habiéndole yo preguntado si sería la fe de Cristo o la de Mahoma, respondióme: "ninguna de las dos, pero sí otra no diferente de la de los gentiles". Indignado por tales palabras, siempre le he odiado y me ha provocado un horror como si de una víbora venenosa se tratara, y no he podido verlo ni oírle nunca más. He sabido, sin embargo, por unos griegos fugitivos del Peloponeso, que, antes de morir, hace ya cerca de un trienio, afirmó públicamente que no mucho después de su muerte Mahoma y Cristo serían olvidados y que refulgiría en todo el universo la verdad absoluta».

Como puede advertirse, Pletón pensaba en la resurrección de las divinidades helénicas, el culto de Zeus, de Apolo, del Sol y de los astros. En uno de los fragmentos salvados de la destrucción del Peri Nomon y de la persecución de Gennadi Scholarios, se leen, entre otras cosas, algunas plegarias muy significativas: «Rey Apolo, tú que riges y gobiernas todas las cosas en su identidad, tú que unes a todos los seres, tú que armonizas este vasto universo tan vario y múltiple..., oh, Sol, señor de nuestro cielo, senos propicio y tú también, oh Luna, diosa venerable, senos propicia; y tú, portador de luz [Venus], y tú, Resplandeciente [Mercurio], ambos fieles compañeros del Sol refulgente, y vosotros, Faeinón, Faetón, Pyrois [Saturno, Júpiter, Marte], que obedecéis al Sol, vuestro rey, que lo asistís convenientemente en el gobierno de las cosas humanas, os aclamamos como espléndidos protectores nuestros, con los otros astros que una providencia divina ha colocado en el espacio». Claro que no deben llamar a engaño los muchos nombres de los dioses. Para Pletón, el Dios verdadero es uno solo, el dios supremo, cuya ley es absoluta e inmutable: el destino, la 'heimarméne', a quien nada escapa. «Todo está sometido a una ley... Todos los acontecimientos están fijados desde la eternidad, dispuestos en el mejor orden posible bajo la autoridad de Zeus, señor único y supremo del todo. Único entre todos los seres, Zeus no conoce límites, puesto que nada puede limitarlo». Nada escapa a sus decretos, nada a la previsión suya y de los seres superiores que son sus ministros; y el conocimiento del futuro en nada influye sobre la necesidad. También los que saben conocen «los decretos de un Destino necesario e inevitable... Ni hay forma ninguna de escapar, de sustraerse a lo que Zeus ha decidido desde la eternidad y el Destino ha fijado» para siempre.

Éste es el platonismo de Mistra, trasvasado a Florencia después del Concilio por iniciativa de Cosme de Medici. Corno sugería Teodoro Gaza, aunque se alió con Besarión para combatir las acusaciones de Jorge de Trebisonda, era un platonismo que hacía pensar sobre todo en Celso y, en Juliano. No por casualidad gustaba Pletón de imitar la filosofía de los «Oráculos caldeos»; no por casualidad vemos en este momento que se presta una gran atención a los escritos de Juliano, especialmente a su himno al Sol, que se convirtió en un texto particularmente querido por los círculos florentinos. De todos modos, se acusa la importancia en el Cuatrocientos, a comienzos de los años cuarenta, de la toma de postura de Pletón, tan cargada de consecuencias. Su profecía sobre el fin de las religiones, su invitación decidida a las divinidades paganas, su apelación a los dioses celestes, su rígido determinismo, el destino inmutable, la vinculación de toda la realidad constituyen, en conjunto, un platonismo muy singular, de regusto materialista y ateo (de ateísmo precisamente lo acusó Scholarios). El universo eterno, donde todo está sometido a la 'heimarméne', es por emplear las mismas palabras de Gemisto, «un conjunto admirable que permanecerá eternamente inmutable en su condición y por siempre en la forma que se le ha dado en el principio». El devenir no influye en el ser; las mutaciones cíclicas constituyen los períodos siempre iguales de un eterno retorno. Tales los ritmos de las religiones y la sucesión de los reinos, e incluso la repetición de los nombres de las vicisitudes mismas: habrá más de un Dionisos y más de un Hércules. «Los períodos del tiempo producen y producirán siempre, con épocas fijas, idénticas vidas e idénticos actos, de modo que nunca sucede nada que sea verdaderamente nuevo ni nada que no haya ya sucedido y que no deba producirse nuevamente un día».

Pletón era al mismo tiempo un gran pensador y un reformador de talla. Su interpretación del platonismo y del helenismo concluía en un racionalismo que explotaba al máximo las posibilidades científicas implícitas en la astrología. Su Zeus, su Uno total, sus cielos, su 'heimarméne' llevaban al límite las consecuencias de una ley natural que todo lo encadena y hace necesario, en que todo está previsto y es previsible porque todo está ordenado de antemano: donde las religiones, las revelaciones, los profetas, los apóstoles y los santos se reintegran al plano absoluto de la realidad. Que una concepción de este tipo fuese inconciliable con cualquier religión positiva es algo de lo que no cabe la menor duda; que fuese atacada y perseguida en Oriente y Occidente a nadie maravilla. Con todo esto, y he aquí algo de particular importancia, el mismo Plétón abrió las puertas a una serie de recuperaciones, por más que reductivas, de considerable significado: desde la exaltación de los dioses griegos hasta el culto solar, desde los «Oráculos caldeos» hasta Juliano, desde Zoroastro hasta los misterios de Egipto» de Jámblico. Y es su obra la que propone el enigma de la ambigüedad platónica: un Platón padre de toda herejía y de toda impiedad y un Platón piadoso con el ropaje de un Moisés ático: el Platón execrado por Jorge de Trebisonda, materialista, ateo e inmoral; el Platón exaltado por Ficino como iniciador y gran maestro de la pia philosophia. Es la misma ambigüedad que se encuentra en la polémica de los platónicos acerca de la astrología y que sobreentiende dos modos diversos de apropincuarla [sic] y de interpretarla: el uno, el de Pletón sin ir más lejos, conceptualizándolo y matematizándolo todo, reduce las inteligencias de los cielos y las almas de las cosas a principios necesarios de racionalidad inmanente en el marco de un absoluto, totalmente predeterminado. El otro, por el contrario, acentuando la personalidad de lo divino y subrayando la libre individuación de las almas, lo vivifica y humaniza todo y todo lo traduce en términos fantásticos y emotivos, imaginarios y poéticos. En el primer caso, el riesgo es la pérdida de la iniciativa humana y de la libertad; en el segundo, la trampa es la destrucción de la racionalidad y de una naturaleza regulada por leyes. De aquí una tensión continua que emerge en las oscilaciones de los pensadores, en la variación de las posturas, en la mutación de los objetos de polémica y de las interpretaciones mismas que se hacen de la astrología; ambigüedad de fondo que, no obstante, es vano creer resolver con el lugar común de las contraposiciones entre astrología y magia.