Pico, Ficino y la presencia de la Cábala en el pensamiento renacentista


Si algo caracteriza al Renacimiento no es, como una visión sesgada y simplista de la historia ha querido hacernos creer, que diera la espalda a una concepción de los saberes impregnada de teología y superstición para decantarse por otra que anunciaría la inminente revolución científica, sino su voracidad de conocimientos. Lejos de encerrarse en una visión angosta del ser humano y sus intereses, no pocos renacentistas -y, desde luego, los más intrépidos y valiosos- se adentraron en todo tipo de tradiciones (platonismo, cábala, hermetismo, alquimia) para avizorar alguna suerte de síntesis afortunada que pudiese alumbrar la condición humana en el mundo. No en vano, dos de los autores de mayor renombre en la Italia del s. XV, Pico della Mirandola y Marsilio Ficino, defendieron en sus textos, ya no el diálogo entre tradiciones, sino la posibilidad de aunarlas en la dirección de un saber amplio y profundo, común a toda la humanidad. Esta actitud, tildada de forma despectiva como sincrética, por el contrario denota un auténtico amor por la cultura y por la diversidad ideológica; de hecho, con la progresiva implantación del paradigma científico como único patrón válido de conocimiento, se disiparían las dulces invitaciones a la armonía entre las personas, las épocas y los saberes, desembocando en la actual dictadura tecnocientífica que tan nefastos réditos ha acarreado a la especie y al planeta en general.

En Crónicas del Renacimiento reproducimos un amplio fragmento del libro de Federico González y Mireia Valls, La Cábala cristiana, en la cual abordan algunas de las aportaciones que tanto Ficino como Pico realizaron a esta visión caudalosa y generosa del conocimiento, sin duda uno de los auténticos tesoros de esa época que concordamos en llamar Renacimiento. Puede leerse el libro completo en este enlace.

Desde siempre la crítica ha destacado la influencia platónica en el pensamiento de Marsilio Ficino (1433-1499), traductor y comentarista de sus obras, e incluso la de Plotino a quien también tradujo, pero debemos a Frances Yates en el siglo XX con los precedentes de Eugenio Garin, P. O. Kristeller y D. P. Walker, el haber señalado la extraordinaria influencia en Ficino de la literatura hermética, concretamente del Poimandrés, en su vida, obra y enseñanzas; textos que tradujo en Florencia antes que los clásicos ya nombrados por expreso pedido de su protector Cosme de Médici, por considerar ambos que este libro era anterior a la filosofía griega, e incluso a Moisés, ya que se trataba de la expresión de la teosofía egipcia, y aún anterior, juzgadas por ser las más antiguas como las más sabias, reafirmando las ideas de la prisca theologia que es en esta época cuando adquiere más fuerza.

El hecho de la comprobación por parte de Issac Casaubon de que estos libros fueran recientes, de los primeros siglos del cristianismo, refutó la creencia de que tenían esa antigüedad y por lo tanto no reflejaban el pensamiento egipcio, lo que disminuyó en parte su prestigio, como si un error de datación bibliográfica pudiera deslegitimar los contenidos de este tesoro sapiencial. Pero eso sólo en parte enturbió sus contenidos, puesto que este pensamiento análogo a la forma en que se expresa el bíblico, ha quedado testimoniado en sus textos que datan probablemente de la Alejandría egipcio-griega-romana, como sucede con diversos escritos que recogen tradiciones antiguas en tiempos más recientes como es el caso igualmente del Talmud de Jerusalén y el de Babilonia mucho más recientes que las tradiciones judías que manifiestan.

Motivo por el cual tomamos a los libros de la Hermetica en tanto que expresiones vivas de un pensamiento de raíces egipcias que aún subsistía en aquella época, como puede ser observado en una vasta literatura que los cita y que a su vez toma al nombre de Hermes como al principal protagonista, no sólo de un modo filosófico, sino también en relación con la magia "popular", los amuletos, los talismanes defensivos, los pantáculos mágicos y los conjuros, análogos o exactos a los de la Cábala, a lo que se suma el testimonio de numerosos sabios de la antigüedad, en cuanto se referían éstos a un tipo de creencias a las que se les daba el nombre de herméticas, o se ponían bajo el patrocinio del dios Hermes.

Se debe aclarar que este inmemorial legado que hoy está presente entre nosotros se debe a que se ha vuelto a estudiar hace un tiempo, renovándose desde que se publicaron las más importantes versiones del Corpus, tanto en la Inglaterra victoriana (W. Scott) como en Francia (A. D. Nock y A. J. Festugière, siglo XX) aunque ya en el siglo XIX hubiese sido traducido a esa misma lengua por L. Ménard.

Es difícil hablar de estos libros sin mencionar el impacto emocional e intelectual que producen en los que consideran a Platón y a la Biblia como sus fuentes más importantes de conocimiento, que junto con el legado invisible de la civilización egipcia conforman un bagaje erudito y filosófico o, como dice el mismo Asclepio, una religio mentis. Es decir, la obtención del Conocimiento por intermediación de la palabra, en este caso escrita, reproducida en diálogos, expresada por personajes e Himnos como este:

Acoja la naturaleza toda del cosmos la audición de este himno. ¡Abrete tierra!, ¡ábraseme todo cerrojo del agua!, ¡no os agitéis, árboles! Porque estoy a punto de cantar al Señor de la creación, al todo y al uno. ¡Abriros cielos!, ¡vientos, deteneos! Que acoja mi palabra el círculo inmortal de Dios. Estoy a punto de cantar al creador del universo, al que fijó la tierra y suspendió el cielo, al que ordenó al agua dulce que saliera del océano hacia la tierra habitada y deshabitada para subsistencia y creación de todos los hombres, al que ordenó que apareciera el fuego para toda empresa de dioses y hombres. Démosle todos juntos alabanza al que está elevado por encima de los cielos, al constructor de toda la naturaleza. Él es el ojo de mi pensamiento. Que acoja favorablemente la alabanza de mis potencias.

Potencias que estáis en mí, cantad al uno y al todo; concertaos con mi voluntad potencias todas que estáis en mí: santo conocimiento, iluminado por ti, a tu través, canto a la luz inteligible y me regocijo en la alegría del pensamiento. Potencias todas, cantad conmigo. Y tú también, templanza, canta conmigo. Mi justicia canta a lo justo a través de mí. Mi generosidad canta al todo por mí. Verdad, canta a la verdad. Bien, canta al bien. Vida y luz, de vosotras procede la alabanza y a vosotras regresa. Padre, energía de las potencias; gracias te doy, Dios, potencia de mis energías. Tu palabra te canta a mi través, recibe a mi través el todo en la palabra, como sacrificio verbal.

Estas cosas claman las potencias que hay en mí, cantan al todo, cumplen con tu voluntad, tu determinación que viene de ti y a ti vuelve, el todo. Recibe de todas el sacrificio verbal. El todo que ya está en nosotros ¡sálvalo vida!, ¡ilumínalo luz, [aliento vital], Dios! Pues a tu palabra la apacienta el pensamiento; creador que aportas el aliento vital, sólo tú eres Dios.

Tu hombre proclama estas cosas a través del fuego, a través del aire, de la tierra y de tus criaturas. He obtenido de tu eternidad la alabanza y, tal como buscaba, estoy en reposo por tu voluntad. He visto por tu voluntad.

Y el siguiente, lo opuesto, ejemplo de gnosis negativa, relativo al lamento de las almas por su incorporación a la Creación:

Oh cielo, principio de nuestra génesis, éter y aire, manos y sagrado aliento de nuestro monarca Dios, astros resplandecientes que sois los ojos de Dios, luz infatigable del Sol y de la Luna, hermanos de leche de nuestro origen, sufrimos la terrible desgracia de ser separadas de todos vosotros y, lo que es peor, tras ser arrebatadas de las cosas grandes y luminosas, de lo sagrado envolvente, de la opulenta bóveda celeste y de la felicidad participada con los dioses, vamos a ser de este modo encerradas en unos indignos y abyectos cuerpos. ¿Pero qué acto tan vergonzoso hemos podido cometer, desgraciadas de nosotras?, ¿qué que pueda merecer estos castigos? ¡Pobres de nosotras!, ¡cuántos errores nos esperan!, ¡qué no habremos de hacer, a causa de la perversidad de las esperanzas, para satisfacer a un cuerpo acuoso y rápidamente disoluble! De poco nos servirán sus ojos, a unas almas que ya nunca pertenecerán a Dios, porque a través de esa cosa húmeda y redonda sólo veremos de ínfimo tamaño a nuestro progenitor el cielo, siempre estaremos gimiendo y puede que ni siquiera seamos capaces de ver.

Como se ve en estos ejemplos el tono del discurso es tan valioso y efectivo como la grandeza de los distintos temas e ideas cosmogónicas y de sabiduría que lleva implícitos, y que se les hace decir a unos personajes sobre los que reina Hermes de modo directo, o de manera indirecta, y que conforman al resto de los protagonistas que transcurren por los textos.

Marsilio Ficino recibió estos libros que venían de Oriente y quedó para siempre tocado por esta herencia griega prácticamente desconocida –ya que Occidente sólo poseía una versión latina del Asclepio que el toscano admiraba– y que tan bien casaba con sus estudios platónicos y sus creencias cristianas, ya que además de ser un sabio versado en la Antigüedad clásica, era sacerdote católico.

También médico, lo cual es frecuente en los esoteristas de su época, y muy importante en la corte de los Médici, donde su príncipe Cosme era muy amigo del padre de Ficino, Diotifece, su médico personal.

Igualmente era músico y cantaba y bailaba los himnos órficos y los de Proclo y asimismo los Hermetica al compás de la armonía del cosmos, acompañado con una "lira de braccio", mientras todo ello constituía una bellísima ceremonia, propia del arte de la época, donde se disfrazaban, o mejor, se ocultaban de modo refinado y simultáneo la gnosis y la incantación.

En efecto, esta posibilidad de ritualización propia de la teúrgia encontró en Ficino un inspirado intérprete y un protagonista mágico de la Tradición, esa prisca theologia, que atesoraba un Conocimiento secreto, aunque sin embargo accesible y brillante en este texto o aquél, tanto en la Biblia como en Platón y el Corpus Hermeticum, y que a su vez era aquello que las propias cosas, seres, o fenómenos, manifestaban en el concierto universal de su alma.

Esta revelación que recibe el sabio florentino, por medio de estos libros, lo acompañará para siempre iluminando todos los órdenes de su vida al moldear su pensamiento y su obra.

Dejemos que él mismo lo transmita en su auto de fe para ingresar al sacerdocio:

La antigua teología de los gentiles en la que coinciden Zoroastro, Mercurio [Hermes], Orfeo, Aglaofemo y Pitágoras, está toda recogida en las obras de nuestro Platón. Y en las cartas de Platón anuncia (vaticinatur) que al final, después de muchos siglos, tales misterios podrán ser revelados a los hombres […]. En cuanto a mí, he encontrado que los más grandes misterios de Numenio, Filón, Plotino, Jámblico, Proclo, habían sido tratados por Juan, Pablo, Jeroteo, Dionisio Areopagita.

Y esta creencia que verifica la unidad fundamental de las tradiciones que lleva a la idea de una Tradición Primordial y Unánime llamada en ese tiempo prisca theologia, caracterizará el pensamiento ficiniano –y el de Pico– y se proyectará hacia el futuro, ya que se prolongará en la Historia de las Religiones, o religiones comparadas, que incluirá posteriormente otras tradiciones desconocidas, o prácticamente ignoradas entonces, como las del Extremo Oriente, o las Precolombinas, con análogas cosmogonías a las occidentales y a veces idénticos simbolismos y mitologías.

Marsilio Ficino tuvo la inmensa suerte de conocer de primera mano a través del estudio exhaustivo de los autores que tradujo que incluían constantemente a la Teosofía griega, y a la pagana en general, especialmente la egipcia que era la más antigua y la madre de las tradiciones conocidas, entre ellas la Cábala judía, basada en el Pentateuco, o sea en Moisés, por lo tanto posterior al Thot egipcio, dios mensajero, escritor, identificado con Hermes Trismegisto en uno de sus tres aspectos

Pero vayamos ahora a Pico della Mirandola [1463-1494], introductor de la Cábala hebrea en el pensamiento occidental en el Renacimiento, advirtiendo también que el intercambio intelectual entre judíos y cristianos era bastante corriente en la Edad Media y volvió a brillar en Florencia, en el Renacimiento y por lo tanto en todas las cortes italianas, a saber, el mundo entero, simbolizado para ellos por Europa.

Si consideramos los escritos herméticos y la cábala desde el mismo ángulo de análisis empleado por Pico, una serie de fascinantes simetrías se abren ante nuestros ojos. El legislador egipcio había impartido maravillosas enseñanzas místicas, ofreciendo una descripción de la creación de la que podía deducirse que conocía buena parte de lo sabido por Moisés. Unida a este conjunto de doctrinas místicas se hallaba, asimismo, una tradición mágica, la contenida en el Asclepius. También la Cábala contenía un maravilloso conjunto de doctrinas místicas derivadas del legislador egipcio, y proyectaba nueva luz sobre los misterios mosaicos de la creación. Pico se perdía entre tales maravillas, pues en ellas veía una confirmación de la divinidad de Cristo.

Además, hermetismo y cabalística se corroboraban mutuamente en relación a un tema que era fundamental para ambas doctrinas, el tema de la creación efectuada por el Verbo. Los misterios de los Hermetica eran misterios del Verbo, o Logos, y en el Pimander era gracias al luminoso Verbo, el Hijo de Dios surgido del Nous, que tomaba existencia el acto creativo. En el Génesis, "Dios habló" para crear el mundo y, puesto que habló en hebreo, las palabras y letras hebraicas para los cabalistas fueron objeto de infinitas meditaciones místicas, mientras que para los cabalistas prácticos llegaron a poseer también poderes mágicos. Tal vez sea lícito afirmar que Lactancio ha contribuido a cimentar, sobre este punto, la unión entre hermetismo y cabalística cristiana, ya que, después de haber citado el salmo "Los cielos fueron hechos por el verbo de Dios" y a San Juan, "En un principio era el Verbo", añade que tales afirmaciones han sido revalidadas por los Gentiles. "Porque Trismegisto, quien de un modo u otro consiguió comprender casi toda la verdad, también describe la excelencia y majestad del Verbo" y reconoce "que hay una lengua inefable y sacra cuyo significado sobrepasa la medida de la capacidad humana".

La unión entre hermetismo y cabalística, de la cual Pico fue el fundador e instigador, estaba destinada a alcanzar resultados importantes, y la subsiguiente tradición hermético-cabalística tuvo consecuencias de vastísimo alcance. Dicha tradición pudo haber tenido un carácter puramente místico, en la medida en que se cuidaba de desarrollar las meditaciones herméticas y cabalísticas sobre la creación y sobre el hombre por medio de complicadísimos laberintos de especulaciones religiosas, ricas en aspectos armónicos y numéricos absorbidos de la tradición pitagórica. Sin embargo, también manifestó un aspecto mágico y, en este sentido, Pico fue el primero en unificar los dos tipos de magia, el hermético y el cabalístico.

Pico entiende por magia natural lícita el establecimiento de "vínculos" entre la tierra y el cielo mediante el uso correcto de las substancias naturales según los principios de la magia simpática. Puesto que tales vínculos se hallarían privados de eficacia sin la existencia de un ligamen superior como el talismán o las imágenes astrales, convertidos en objetos útiles gracias al spiritus natural, el uso de ellos debe ser incluido (o así lo creo) entre los métodos con los que el mago natural de Pico "une" las virtudes del cielo con las de la tierra, o bien, "desposa al mundo", que no es más que una forma diferente de expresar el mismo concepto.

Como se puede apreciar, es sobre Ficino y Pico donde se construye la estructura del primer pensamiento renacentista, el verdadero humanismo y la posterior proyección del mismo en los siglos XVI y XVII en Alemania, Francia e Inglaterra, sin olvidar la península ibérica, pasando a América posteriormente mediante diversos conductos, la mayor parte más o menos vinculados con la Masonería, heredera de la Orden de los Rosacruces.

Eugenio Garin nos ilustra igualmente sobre las relaciones de Ficino con Hermes y el hermetismo.

Si Platón fue para Marsilio Ficino más que el maestro, la encarnación misma de la sabiduría divina, un peso decisivo tuvo en su formación la lectura de los opúsculos herméticos, que traducidos por él al latín se contaron entre los más grandes sucesos literarios de finales del 400. La sabiduría del "tres veces grande", misteriosa y alusiva, presentada en forma admirable en una conjunción de poesía y profecía, conquistó todos los espíritus que anhelaban una religión desvinculada de la rigidez de las formas y de la estrechez de las autoridades tradicionales. A través del hermetismo se difundía la idea de una revelación perenne, tan antigua como la humanidad; no obstante, en lento pero seguro progreso. Los siempre presentes misterios del ser, revelados al hombre desde su origen, lo acompañan como el tesoro donado sin distinciones a todos; quien quiera, pues, puede reencontrarlo, con sólo interrogarse con sinceridad y pureza a sí mismo y a las cosas que lo rodean. El hombre es presentado como criatura de excepción, la imagen viviente de Dios en el mundo. El hombre, precisamente, por este parentesco con el creador es creador él mismo, y capaz de hacer converger en sí y de explotar todas las fuerzas del universo.

En lo que se abunda posteriormente:

El hermetismo –y esto explica su éxito– enseñaba que Dios se había revelado a los hombres desde los tiempos más remotos, afirmaba la existencia de una revelación perenne de la cual todas las religiones no son más que expresiones y traducciones parciales, instaba a la paz religiosa en un culto del espíritu en que comulgan Moisés, Platón y Cristo. Y esta concordia, mientras por un lado nos da certeza de la verdad que es una, igual a sí misma, imperecedera, por el otro despoja a la religión de todas sus dificultades, de todos los obstáculos que la letra mortificante o la cristalización de los ritos parecen oponer a la crítica del filósofo, como a la queja creyente. Nos enseña a traspasar por encima de las vestimentas exteriores hasta hallar el alma verdadera que palpita en nosotros, que vive en las cosas, que está presente en todas partes; y que de manera casi ejemplar encuentra su realización en un Cristianismo interpretado a la luz de la tradición platónica que constituye la clave de todos los misterios.

En el mismo sentido se expresaba Kristeller en relación a la nueva Academia Platónica:

Antes que nada, la Academia Florentina constituye una nueva fase en la larga y compleja historia de la tradición platónica, y Ficino estaba muy consciente de ser un heredero y portaestandarte de esa tradición. Sus fuentes incluían no sólo los escritos del mismo Platón y de los antiguos platónicos que nosotros generalmente llamamos neo-platónicos, sino también las atribuidas a Hermes Trismegisto y Zoroastro, Orfeo y Pitágoras, que la erudición moderna ha reconocido como productos apócrifos de la Antigüedad tardía, pero que Ficino, al igual que muchos de sus predecesores y contemporáneos, consideraba testimonios venerables de una filosofía y teología paganas antiquísimas, que precedieron e inspiraron a Platón y a sus discípulos. Ficino estaba enterado también de que el platonismo tuvo sus seguidores entre los antiguos escritores latinos, los autores eclesiásticos primitivos y los filósofos medievales árabes y latinos: por ejemplo, Boecio y Calcidio, Dionisio Areopagita y San Agustín, Avicena y Alfarabi, Enrique de Gante y Duns Scoto, y en su propio siglo, Bessarion y Cusano. Sabemos por los escritos de Ficino que muchos de estos autores, si no todos, le eran más o menos conocidos. El grado en el que estaba endeudado con alguno de ellos y el contenido e importancia de estas deudas en relación con cada uno y con su propia originalidad, son naturalmente preguntas discutibles que en su mayoría aún no han sido examinadas o contestadas. Pero es muy evidente que por lo menos Platón y Plotino, los escritos atribuidos a Zoroastro y a Hermes, y las obras filosóficas de San Agustín, dejaron profunda huella en su pensamiento. A estos nombres podemos añadir al platónico bizantino Gemistos Plethón, quien según el propio informe de Ficino dio a Cosimo de Medici la idea de fundar una academia Platónica en Florencia, idea que había de realizar muchos años después el mismo Marsilio Ficino.

Marsilio creía ser también el continuador de la Academia que había durado hasta el siglo VI gracias a la inmensa grandeza que le otorgó Proclo en el siglo V con su autoridad de sabio director durante cuarenta años de trabajos y estudios sacros y el rito del silencio, la meditación y la apertura a otros estados de conciencia y su realización, lo que va constituyendo los tramos, o mundos, de la iniciación en los misterios del Conocimiento.

No podemos aquí tratar a Proclo en profundidad, figura clave en la interpretación de Platón. Desgraciadamente Justiniano mandó cerrar la Academia en el 529. María Toscano y Germán Ancochea refiriéndose a esta figura sintetizan así la teoría (en su sentido etimológico) de las emanaciones:

El desarrollo de Proclo es un movimiento continuo de descenso y ascenso en el cual los seres particulares primero proceden y después retornan a sus principios respectivos, pasando de la unidad a la multiplicidad y de la multiplicidad a la unidad. Todo procede por la emanación de una Unidad de la que participan las cosas que de ella proceden sin dividirla. La Unidad se despliega en una cadena de manifestaciones en serie, en la que cada principio de serie es la causa de las realidades que se derivan de ella. En este proceso de emanación, lo que hay de más elevado en una serie, toca a lo más ínfimo de la superior, actuando ambos de intermediarios, tanto en el proceso de manifestación como en el proceso de retorno.

Proclo profundiza en la teología negativa que se había iniciado en Plotino. Todo aquello que era Dios como "no ser", aparece, definitivamente, como la incapacidad que tiene el hombre de poner nombre a la divinidad. Todo nombre que el hombre pone a lo divino, es inexacto, es incorrecto, no sirve para nada, no define. Normalmente poner nombre significa definir, delimitar una cosa, como a Dios no lo podemos delimitar, intentar ponerle nombre a la divinidad es como una especie de empresa absurda, sin sentido, porque en el momento que lo nombro lo estoy poniendo en medio de las otras cosas, y desde el momento que lo nombro, estoy haciendo de Él una realidad entre otras realidades.

Tanto en una época como en otra, ambos, Proclo y Ficino, fueron grandes teúrgos y ambos la unidad de serie, la cabeza de módulo, primeros en el espacio que generaron y siguen generando merced a la Gracia que les otorgan los dioses, nudos, o puntos de coyuntura en la red de la transmisión cósmica con la que se encuentran ahora ligados por finísimas cadenas de oro intelectual.