Pater y el esfuerzo renacentista por aunar a Grecia con Cristo


Walter Pater es autor de un conjunto de artículos, reunidos en un tomo titulado genéricamente El Renacimiento, en los cuales aborda la trayectoria de diversos autores (Pico della Mirandola, Leonardo da Vinci, Joachim du Bellay, Giorgione) sin ánimo erudito, por lo que es el suyo un libro eminentemente ensayístico cuyo interés reside en testimoniar el interés que, para un espíritu amplio y profundo, posee una época que acierta incluso cuando se equivoca: no de otro modo cabe entender el entusiasmo con que Pater saluda el esfuerzo (al fin, baldío) de los renacentistas por aproximar el legado clásico y el cristianismo, con vistas a un ideal de humanidad universal, muy en la línea propugnada por Erasmo. Sea como fuere, se trata de una obra clásica que vale la pena releer, y que puede consultarse íntegra en este enlace.

No hay estudio sobre el Renacimiento que pueda considerarse completo si no se citan los esfuerzos hechos por ciertos eruditos italianos del siglo XV, a fin de reconciliar el Cristianismo con la religión de la Grecia antigua. Reconciliar formas del sentimiento que en un principio parecían ser incompatibles, armonizar las manifestaciones varias del espíritu humano en una cultura intelectual de tipo múltiple, humanizar, nutrir en lo posible el corazón y la imaginación, todo esto fue patrimonio de los generosos instintos de esa época.

Una primitiva y simplista generación había visto en los dioses griegos malignos espíritus, los derrotados pero aún vivos centros de la religión de las tinieblas, luchando, no siempre en vano, contra el reinado de la luz. Poco a poco, en las ideas que emergían del barbarismo, como lo prueba el natural encanto de la historia de lo pagano, se había perdido de vista el significado religioso que en un cierto momento les perteneció y se lo consideraba como al sujeto de una manera de obrar puramente artística o poética; pero resultaba inevitable que de tiempo en tiempo surgieran ideas tan profundamente impresionadas por belleza y poder, como para preguntarles si en verdad la religión de Grecia fue una rival de la religión de Cristo; por cuanto los dioses antiguos se habían rehabilitado y la opinión de los hombres se hallaba dividida.

El siglo XV fue una época de tal apasionamiento, tan ardiente y seria en lo que al arte se refiere, que consagró como religioso todo aquello con lo que el arte tenía que ver. La restaurada literatura griega se había hecho familiar, al menos en lo que se refiere a Platón, con un estilo de expresión concerniente a los dioses antiguos, que tenía algo del fervor y la unción de un himno cristiano. Era demasiado común, con semejante lenguaje, ver en la mitología una mera narración y demasiado serio jugar con una religión.

[...]  El Renacimiento del siglo XV fue en muchas formas más grande por lo proyectado que por lo alcanzado. Mucho de lo que aspiró a efectuar y fue hecho, pero imperfecta o equivocadamente, fue consumado en lo que se llamó el éclaircissement del siglo XVIII o en nuestra propia generación; y lo que realmente pertenece a ese revivir del siglo XV es sólo el instinto de guía, la curiosidad, la idea creadora. Es lo que pasa con el verdadero problema de la reconciliación de la religión de la antigüedad con la religión de Cristo.

Un estudioso moderno preocupado por este problema debería observar que todas las religiones deben ser miradas como productos naturales, que, al menos en su origen, desenvolvimiento y decadencia, tienen leyes comunes y no son para ser aisladas de los otros movimientos del espíritu humano en los períodos en que prevalecieron respectivamente; que ellas surgen espontáneamente del espíritu humano como expresiones de las veleidosas fases de su sentimiento tocante al mundo de lo invisible; que toda producción intelectual debe ser juzgada desde el punto de vista de la época y del pueblo en el que fue producida. Podría seguir observando que cada una ha contribuido en cierta forma al desarrollo del sentido religioso, clasificándolo en tantos períodos en la gradual educación del espíritu humano como fuesen necesarios para justificar la existencia de cada una de ellas. La base para una reconciliación de las religiones del mundo sería pues la inagotable actividad y genio creador del espíritu humano mismo, en el que todas las religiones tienen su origen común y en el cual se reconcilian todas, en la misma forma en que los caprichos de la niñez y la reflexión de la vejez se encuentran y se apoyan en la experiencia de lo individual.

Muy diferente fue el método seguido por los estudiosos del siglo XV. Carecían de los verdaderos rudimentos del sentido histórico, lo que por un acto imaginativo los retrotraía a un mundo diferente al de ellos y estimaban cada creación intelectual en su relación con la época de la cual procedía. No tenían idea de la evolución, de las diferencias de las épocas, del proceso por el cual nuestra raza había sido "cultivada". En sus tentativas de reconciliar las religiones del mundo, retrocedieron sobre las arenas movedizas de la interpretación alegórica. Las religiones del mundo tuvieron que ser reconciliadas, no según sucesivas etapas en un desarrollo regular del sentido religioso, pero sí como subsistiendo una al lado de la otra y esencialmente en concordia entre ellas. De ahí que la necesidad principal fue desnaturalizar el lenguaje, las concepciones, los sentimientos que habían sido propuestos para compararlas y reconciliarlas. Platón y Homero debieron ser hechos para hablar agradablemente a Moisés. Consideradas una al lado de la otra, su puro exterior no supo ceñirlas en un designio de armonía. Por esto debemos hurgar más en lo profundo y poner en evidencia lo supuesto secundariamente, o por mejor decir, lo de más remoto alcance -aquel divino significado mantenido en reserva, in recessu divinus aliquid, latente en algún extraviado ensayo de Homero o figura retórica de algún discurso en los libros de Moisés.