
Empero, las peores consecuencias de considerar la totalidad de la realidad, desde los parámetros expuestos, son las que se presentan en el campo de lo ético. "Sin dudas, el componente más polémico del legado teórico de Maquiavelo y el que ha alimentado con más fuerza y por más tiempo la leyenda negra que lo persigue hasta nuestros días es su argumento sobre la moralidad en la vida pública. Se trata de su constatación sobre la existencia de dos patrones de moralidad: uno válido para la vida privada, y otro que rige en la vida pública. En conclusión, no sólo hay dos estándares morales en lugar de uno y absoluto como lo predicaba la iglesia, sino que, además, ambos están en conflicto", señala Borón.
A Maquiavelo no le interesa la ética clásica; él se preguntará qué es obrar bien en política (en la vida pública), y formulará una ética política. Es aquí donde influirá su concepción de lo político, para enunciar dos éticas distintas: una para el gobernante y otra para el gobernado.
La ética clásica (cristiana o aristotélico–ciceroniana) dirá que el hombre debe preocuparse por la bondad de los medios, y en segundo lugar, por los fines, pues los fines quedarán supeditados en última instancia a la voluntad de un dios o del hado. Desde una cosmovisión cristiana (la predominante en tiempos de Maquiavelo), podríamos decir que Dios es la fuente natural de todo poder y sabiduría, y por lo tanto, solo él conoce la bondad de los fines, teniendo la última palabra a la hora de determinarlos. Al hombre le queda ajustarse a esos fines y practicar fundamentalmente una "ética de medios".
En cambio, la ética política (la propia del ámbito político) no reconoce la existencia de Dios ni de un destino, sino únicamente de dos actores: gobernantes y gobernados. ¿Quién se ocupará de los fines en este nuevo escenario? Aquí, el tipo gobernante deberá divinizarse y adoptar una "ética de fines".
El hombre, que en el ámbito político había sufrido una partición antropológica, sufrirá ahora, en el mismo ámbito, un cisma moral, utilizando los términos de Max Weber, entre la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción se amoldan a su concepción del poder y del hombre político para conformar, respectivamente, la moral del gobernante y la del gobernado. Esta visión dual de la ética tiene su base, sin dudas, y como ya se puede apreciar, en la concepción antropológica del florentino. Aquel hombre que por su voluntad de poder pertenezca al tipo gobernante, deberá —por su bien y el de sus súbditos— adoptar una ética de la responsabilidad. Por otro lado, el que no detente el poder público, perteneciendo por tanto al tipo gobernado, podrá congraciarse con Dios mediante una ética de la convicción. La diferencia entre esta ética de la responsabilidad y la ética religiosa de la convicción aparece en el momento en que ciertos medios son justificables para acceder o mantener el poder.
Sin duda será una dicha, sobre todo para un príncipe, reunir todas las buenas cualidades; pero, como nuestra naturaleza no tiene tan gran perfección [... ] el príncipe no debe temer incurrir en vituperio por los vicios que le sean útiles al mantenimiento de sus Estados, porque, bien considerado, cualidad que le parecía buena y laudable la perderá inevitablemente, y tal otra que parecía mala y viciosa hará su bienestar y seguridad (El príncipe).
Es en este pasaje cuando Maquiavelo nos introduce a esta nueva consideración ética que dejará en claro la separación entre el bien moral y el bien político, cuyo representante es el príncipe y cuyo fin es la Razón de Estado.
Luis Leandro Schenoni
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