Leonardo Bruni y el aristotelismo renacentista


Reproducimos un fragmento de la obra Aristóteles y el Renacimiento, de Charles B. Schmitt, publicada por la Universidad en 2004, como preludio interesante y adecuado al conocimiento de esta arteria esencial de la cultura europea de la época, junto a la platónica. Puede leerse la obra completa en este enlace. 

La nueva técnica humanista de interpretación [de la obra de Aristóteles] fue fundada en gran medida por Leonardo Bruni, quien durante el primer tercio del siglo XV propuso un nuevo método tanto para traducir como para interpretar los textos de Aristóteles. Concentrándose principalmente, si no totalmente, en los escritos morales de Aristóteles, Bruni sostuvo que la filosofía está históricamente condicionada por el tiempo, el lugar y la cultura, y que tales consideraciones deben ser tenidas en cuenta a la hora de interpretar textos de períodos previos. En cambio, el método de análisis escolástico trataría a un antiguo, por ejemplo a Aristóteles, como si no fuera esencialmente distinto de un contemporáneo. La vía de Bruni para entender los Económicos consistía en iluminar la obra en el contexto de su propio tiempo y lugar. Se ofrecen pocas polémicas y argumentos en contra de autoridades escolásticas anteriores o contemporáneas y no se advierte ningún esfuerzo por hacer un análisis filosófico genuino de la obra. Más bien, se trata de una apelación inmediata a la antigüedad para esclarecer el significado del texto, unida a la intención de advertir al lector la permanente relevancia del significado antiguo.

El método y el programa de interpretación de Bruni alcanzaron gran apoyo y popularidad, y sirvieron como fuente de mucho de lo que se escribió sobre Aristóteles en los siglos siguientes. Si bien las universidades al principio
dudaban en aceptar sus traducciones y su nuevo método, a comienzos del siglo
XVI su propuesta estaba comenzando a imponerse en Francia, Italia y Alemania, al menos en lo que concierne a la filosofía moral. El método de Bruni se convirtió progresivamente en la perspectiva de estudio de la filosofía moral predominante a fines del XV y durante el siglo XVI. Su liderazgo fue aceptado primero en la Italia del Quattrocento por Donato Acciaiuoli y otros. En el siglo siguiente se trasladó al Norte de los Alpes y fue acogido por Périon, Lambin y Turnèbe en Francia, por Sturm en Alemania, por Case en Inglaterra, y por Giphanius y Heinsius en los Países Bajos.

Sin embargo, al mismo tiempo el modo escolástico de estudio de la lógica
y la filosofía natural continuaba existiendo, con frecuencia influenciado
significativamente por los nuevos métodos de los humanistas, pero algunas
veces mostrando pocas repercusiones de la innovación posmedieval. Aun
cuando los vínculos con el humanismo fueron bastante fuertes, como lo fueron
para Zabarella y para los comentadores conimbricenses, era muy evidente la
conexión con los intereses filosóficos medievales y tradicionales dictados por el
currículo universitario. Así, Zabarella todavía debatía cuestiones en términos
establecidos por Tomás de Aquino, Alberto Magno, Buridan y Juan de Jandun.
Sus obras dejaban ver página a página la herencia universitaria; tanto la forma
como la estructura de la exposición son las tradicionalmente requeridas por el
currículo de artes usado en Italia. Por otra parte, tenía una buena educación
humanista, conocía bien el griego, era muy versado en la literatura clásica y, en
verdad, hasta podría decirse que tenía un cierto grado de sofisticación filológica.

Si bien en lo que respecta a su conocimiento del griego no era un Poliziano, un
Lambin o un Vettori, sin embargo reflexionó frecuentemente sobre el texto, su
significado y los medios por los cuales tal significado podía ser transmitido de la
mejor manera posible a sus lectores. Cuando era necesario podía analizar los
términos griegos o aplicar su formación clásica.

Otros filósofos contemporáneos, tales como Girolamo Borro y Francesco
Buonamici (que estaban enseñando en Pisa durante la década de 1580, cuando
Galileo era allí un joven estudiante) trabajaron de otro modo. Enfrentaron los
mismos problemas que Zabarella, usaron en general las mismas formas de
exposición y también dependieron de la tradición y de la técnica medievales. Sin embargo, a diferencia de Zabarella, mostraron escasos vestigios de refinamiento humanista, hicieron pocos intentos de lidiar con el texto griego de Aristóteles y se esforzaron poco por relacionar los textos clásicos no peripatéticos con la exposición. En resumen, en tanto ellos como Zabarella se enraizaban en la tradición universitaria medieval italiana, sus exposiciones permanecían prácticamente inalteradas por la revolución humanista y sus consecuencias en los estudios clásicos.

A fines del siglo XVI, los escritos sobre Aristóteles formaban un espectro
casi completo desde el desdeñable medievalismo de Borro hasta la
impecabilidad filológica de varios comentadores de la Ética, la Retórica y la
Poética. Por entonces, un acercamiento tal como el de Borro, que difería poco de aquel del siglo XIV, era más bien inusual. Más común, aún entre los filósofos
de universidades conservadoras, era un acercamiento a Aristóteles a través del
griego y a través de un conocimiento bastante considerable de los textos e
instituciones clásicas. Esto no significa que su análisis –evaluado en términos
puramente intelectuales– fuera superior a lo mejor que la Edad Media había
producido, ya que frecuentemente no lo era. Pero, en cuanto a la sofisticación
histórica –el conocimiento detallado del texto, la capacidad para relacionar
diferentes partes del corpus entre sí y para desarrollar un vasto recorrido del
contexto histórico de Aristóteles– hasta los escritos básicamente escolásticos de
fines del siglo XVI estaban mucho más adelantados de lo que había sido habitual uno o dos siglos antes. Habiendo alcanzado su cumbre en manos de Lambin, Pacius o Heinsius, el producto del aristotelismo humanista de fines del Renacimiento resulta bastante impresionante todavía hoy.

Tarde o temprano el tratamiento filológico se tornó más especializado y
los individuos particulares dedicaron su atención sólo al trabajo textual. Uno de
los predecesores de esta corriente en el siglo XIII es Guillermo de Moerbeke,
quien fue un traductor simple y llano, extremadamente capaz para esta tarea.
Tal métier fue común durante el siglo XVI. Ciertos filólogos y editores
profesionales trataron al texto aristotélico como uno de los tantos textos antiguos
de los que se ocupaban. Entre quienes trabajaron en tal sentido se encuentran
Erasmo, Sylburg, Casaubon, Lambin y Vettori.