Reproducimos los primeros párrafos de El humanismo castellano del siglo XV, de Ottavio de Camillo, donde el autor traza un interesante y documentado itinerario desde la Edad Media hasta el humanismo renacentista español, deteniéndose en algunas figuras señeras, como Alonso de Cartagena o Juan de Segovia. Puede leerse el libro completo en este enlace.
La vida cultural española durante la primera mitad del siglo XV se halla todavía bajo la fuerte influencia de las enseñanzas escolásticas, que impregnan toda forma de actividad intelectual. A pesar de ser éste el signo de los tiempos, se producían indicios de una transformación gradual, al iniciarse un nuevo tipo de saber fuera de las escuelas y universidades. Entre la variedad de factores que contribuyeron al cambio, el más importante fue la aparición de una pequeña élite secular de lectores y su participación en actividades literarias y educativas.
A medida que reyes y nobles se fueron interesando en actividades intelectuales, tradicionalmente limitadas a la clerecía, los centros de investigación se fueron desplazando, de las escuelas y monasterios, a la atmósfera mundana de las cortes y a las bibliotecas señoriales. Pero los libros suponían una considerable inversión de dinero y muy pocos podían permitirse tal lujo; los nobles que podían, o carecían de instrucción, o estaban demasiado ocupados con la administración de sus propios asuntos para poder dedicarse de lleno a la cultura. Lo que algunos hicieron fue comprar libros y rodearse de personas instruidas, capaces de traducir y transcribir textos y conversar con sus protectores sobre literatura o cuestiones filosóficas.
La secularización de la actividad académica y el aumento de interés por la cultura, que abriera nuevos horizontes a la educación y a la comunicación de las ideas, había producido ya un clima cultural en Italia completamente hostil a la cultura y erudición medievales. En España, aunque sin duda alguna el entusiasmo por la antigüedad representa un cambio radical de actitud respecto al siglo anterior, la nueva situación difiere en importantes puntos de la italiana. Podemos explorar los escritos de Enrique de Villena, y no encontraremos en ellos señales de que el autor supiera qué cosa estaba revolucionando la vida intelectual de sus coetáneos en Italia. Si sus traducciones de La Divina Comedia, la Eneida y la Rhetorica ad Herennium indican su estima por los autores clásicos e italianos, su desconocimiento de Petrarca, Salutati, Bruni, Poggio y otros humanistas, nos revela también hasta qué punto se hallaba inmerso todavía en el pensamiento medieval. Por otra parte, sus traducciones obedecían al deseo de superar la rudeza y limitaciones de la lengua vernácula, ofreciendo a sus coetáneos modelos de lenguaje erudito. No obstante, no comprendió, como los humanistas italianos, la retórica clásica. Estos últimos se hallaban, ciertamente, interesados también en la cuestión del estilo, pero más todavía en comprender el clima cultural e intelectual de donde tal estilo surgió, lo cual no es el caso de Villena. Con toda su fascinación por la retórica clásica, este autor no sabía distinguir entre un texto original y una versión medieval corrompida. Mientras los humanistas italianos se ocupaban en estudiar manuscritos antiguos, para establecer su autenticidad, Villena estaba dispuesto a aceptar como clásica cualquier obra atribuida a un autor antiguo. Y si aquéllos gastaban sus energías en hallar métodos para depurar los textos de todas las adiciones acumuladas en ellos a través de siglos de ignorancia y descuido, estableciendo así las bases de la nueva ciencia filológica, a Villena todavía le deleitaba el darles etimologías extravagantes a las palabras. En resumen, sus escritos, sus fuentes y sus comentarios a las traducciones que llevó a cabo, todo indica que se aproximó a los clásicos con la actitud típica de la tradición latina medieval. Su estilo, oscuro y elaborado, más se acerca al de los «dictadores» medievales que a Cicerón. A pesar de ello, representa una aportación valiosa a la nueva cultura, estilo y un gran cuidado por la dicción. También es cierto que si su tratado de gramática y métrica no añade nada nuevo a lo ya dicho en otras obras de esta naturaleza, en cambio, marca el comienzo de lo que sería a partir de entonces una siempre creciente preocupación por la creación de reglas gramaticales para la lengua vernácula. En tiempos de Villena, solamente se estudiaban las del latín, y por esta razón su empresa supone un paso adelante en la afirmación paulatina de la lengua nativa como vehículo de expresión literaria.