El Renacimiento en España: primeros pasos y rasgos generales
Reproducimos un fragmento del artículo "Aspectos socioculturales de España a fines del siglo XV", de Augustin Redondo, incluido en el volumen colectivo titulado Gramática y humanismo. Perspectivas del Renacimiento español, editado por Pedro Ruiz Pérez y publicado en 1993 por el Ayuntamiento de Córdoba y Ediciones Libertarias.
Aunque la influencia italiana (Petrarca, Bruní, Alberti, Valla. etc.) ha sido fundamental en la orientación del humanismo español de finales del siglo XV, las élites españolas han desempeñado un papel activo en esa gran renovación de la cultura, comulgando con otras élites europeas en los mismos ideales y comunicándose entre sí, gracias a una lengua común europea, el latín, en el ámbito de esa «república de las letras» de la cual Erasmo iba a ser el príncipe.
Salamanca ha sido uno de los lugares privilegiados en que se ha desarrollado el espíritu del Renacimiento. Ahí se han formado los prohombres que han ayudado a los Reyes Católicos y difundido el humanismo, un cardenal Mendoza, un Hernando de Talavera, un Juan de Zúñiga. Ahí se han formado los grandes intelectuales de esta época: médicos corno Francisco López de Villalobos, escritores como Juan de Flores —uno de los principales autores de la «novela sentimental»—, Juan de Lucena, el autor de la Repetición de amores, Juan del Encina y Lucas Fernández, promotores de la poesía lírica y del arte dramático, o como Fernando de Rojas —un jurista— el «autor» de la Celestina. Ahí se ha formado, en efecto, la mayoría de los letrados juristas que necesitaba el estado moderno forjado por los Reyes Católicos. Ahí se han publicado no sólo la mayor parte de los textos de Nebrija, sino las obras jurídicas indispensables para el estado nuevo en formación. Ahí se han publicado asimismo obras de humanidad, de medicina, obras de tonalidad religiosa (entre ellas la importante Católica impugnación de fray Hermando de Talavera del año 1487). Ahí ha salido también el Cancionero de Encina en 1496, etc. Basta con revisar el trabajo de Luisa Cuesta Gutiérrez sobre La imprenta en Salamanca para darse cuenta de la importancia editorial de este centro del humanismo.
Es además en Salamanca, en torno a Nebrija, donde se han debatido ideas nuevas sobre la astrología, la astronomía, la cosmografía y la navegación que explican en parte el clima en el cual el viaje de Colón ha venido a ser posible. Recuérdese que Colón está en Salamanca en 1486 y conversa con Diego de Deza, el futuro ayo del príncipe don Juan. Recuérdese asimismo que en el otoño de ese año, una comisión presidida por fray Hernando de Talavera se reúne en la ciudad del de Tormes para examinar el proyecto colombino, antes de trasladarse a Córdoba en, 1487. Si esta vez la opinión ha sido negativa, por lo menos el futuro Almirante ha podido impresionar a unos cuantos humanistas y especialmente a uno de los colaboradores directos de los Reyes. Talavera. Precisamente entre 1480 y 1483. Fernando Gallego ha pintado en la bóveda de la biblioteca de la Universidad ese hermoso fresco que representa el sol. los planetas, los vientos y la octava esfera, prueba del interés suscitado por el tema y testimonio fehaciente acerca del ensanchamiento de los horizontes intelectuales.
La segunda Universidad donde el humanismo va a desarrollarse rápidamente es Alcalá. Es obra del Cardenal Cisneros, quien ha querido implantar un centro universitario trilingüe en una de las ciudades de su diócesis, para renovar el estudio de la Teología. Sabido es que esta Universidad nueva se edifica entre 1498 y 1508, según las indicaciones cisnerianas, y que en ella se enseña la teología con relación a las tres orientaciones privilegiadas entonces (tomismo, escotismo y nominalismo), a la par que el estudio de las tres lenguas antiguas. Alcalá viene, pues, a ser un centro privilegiado de renovación del estudio de las Escrituras y del pensamiento teológico, un centro donde las ideas nuevas pueden debatirse, en consonancia con los otros grandes centros universitarios europeos. No extraña que Cisneros haya deseado que en esta Universidad se emprendiera una edición de la Biblia trilingüe. Intento audaz —quiere remontarse al texto hebreo, al que l encierra la auténtica palabra de Dios— pero al mismo tiempo audacia limitada, pues el Cardenal deja en pie las lecciones de los textos griego y latino aceptados Iglesia, sin llegar a los planteamientos críticos de un Nebrija por la obra de un Erasmo. La obra sólo saldrá en 1517, poco antes de la muerte del franciscano, y la edición se perderá en gran parte.
Este ejemplo ilustra perfectamente los límites del humanismo español, en relación con los temas religiosos. El cambio de mentalidades no llega a plantear verdaderamente la necesidad de una crítica filológica en cuanto se trata de la Escritura Santa y de su interpretación. Ahí está la Inquisición para no permitir ninguna verdadera transgresión. Consecuencia inevitable de la unidad religiosa y de la atmósfera de cruzada que ha reinado en la España de los Reyes Católicos.
Sin embargo, lo que sí ha sido importante es la nueva concepción del letrado que se puede percibir a finales del siglo XV. Si el letrado es el hombre de letras —y en ese sentido el intelectual y hasta el humanista—, lo que llama la atención es que la palabra se va especializando. El letrado ya no es el hombre de letras de una manera general, sino el especialista en leyes, el jurista. Ya hemos dicho que el estado moderno en formación tiene necesidad de un marco jurídico y que el sistema gubernativo en obra supone un conjunto de leyes y de comentarios jurídicos nuevos en un momento en que precisamente, después de acabar la guerra de Granada, el arte de la guerra se está modificando y va desapareciendo la vieja pareja que guerreaba a caballo con espada (la del caballero y escudero), a favor de la artillería y de una infantería renovada, servidas por soldados asalariados. El noble —concebido como milites— va perdiendo buena parte de su importancia. Pasará a Italia o a las Indias, o se irá transformando en cortesano, evolución que se acentuará en tiempos del emperador Carlos V. El viejo debate escolástico entre las armas y las letras que ha de recuperar la literatura italiana del Renacimiento (por ejemplo el Orlando innamorato de Boiardo o el Corteggiano de Castiglione) tiene todavía varias afloraciones entre los literatos españoles, influenciados por el ideal de equilibrio y mesura de la época renacentista, quienes equiparan las dos actividades según una visión clásica, aunque renovada por la emergencia del Cortesano. Es el caso de Antonio de Guevara o de Garcilaso, quien escribe ese célebre verso: «tomando ora la espada, ora la pluma». Este debate, que aparece en Nebrija y ha de alcanzar al Quijote, cobra ya nueva forma en la Italia de los años 1460, dado que Flavio Biondo escribe un tratado titulado significativamente: De la milicia y de la jurisprudencia. El contexto español de finales del siglo XV plantea ya el problema en estos términos. La supremacía del hombre de armas no es tan evidente corno antes. El que empieza a triunfar ahora, el que tiene un nuevo papel social es el letradojurista. El debate está resolviéndose a su favor después de la caída de Granada. Esta importancia la atestiguan los secretariosjuristas de los Reyes, los miembros del Consejo Real y de los demás consejos. los corregidores, los jueces de los diversos tribunales, etc.
El debate ha de proseguirse en el siglo XVI. Diego Hurtado de Mendoza, en su Guerra de Granada de los años 1570, se alza contra la plaza desmedida que han tomado los letrados, mientras que en su Política para corregidores, del año 1597, el letrado Castillo de Bovadilla no vacila, al contrario, en afirmar: «el doctor se ha de preferir al mílite».
Sin embargo, la nobleza de la segunda mitad del siglo XVI, consciente ahora de la necesidad de estudiar leyes para lograr un puesto importante en los consejos y en la estructura del Estado, se decidirá por fin a mandar a sus hijos a la Universidad para cursar la carrera de la jurisprudencia.
A finales del siglo XV estamos al principio de este proceso. Pero se ha producido un cambio importante en las mentalidades y en la ordenación jerárquica de las categorías sociales. ¿Será ésta la razón por la cual varios juristas de la época de Felipe II o de Felipe III, como D. Diego de Simancas o D Gregorio de Tovar, escriben su autobiografía, con intención tal vez de ilustrar el «arte de medrar»?
El desarrollo de las letras —cualquiera que sea el sentido que se le dé a la palabra— está claramente vinculado al incremento de la imprenta. La diversificación de los saberes, el afán de conocimiento, la apertura de España a Europa, han propiciado el auge del arte tipográfico. Y los Reyes Católicos han ayudado a su progresión al otorgar una serie de privilegios a los impresores extranjeros para que se instalaran en España. Desde 1468, se han abierto talleres tipográficos en Valencia y Barcelona; unos años después en Sevilla, Valladolid y Toledo. Los textos manuscritos, que vienen con alguna frecuencia de Italia, salen, pues, de las prensas y alcanzan un público de lectores más amplio. Resulta significativo el que las tiradas de 1.000 ejemplares no sean raras, a pesar del precio relativamente alto de los libros. Para facilitar la difusión cultural, la Reina exonera de derechos, en los primeros tiempos, los libros impresos que entran en Castilla.
Por otra parte, con relación a los fenómenos culturales, no hay que perder de vista la importancia de la oralidad y de la difusión por vía oral, en particular bajo forma de lecturas para un corro de oyentes, fenómeno sobre el cual Margit Frenk ha llamado la atención.
Si bien la difusión tipográfica aumenta el número de lectores y si el público receptor crece gracias a la oralidad, es necesario añadir que en el ambiente de fervor cultural que conoce la España de los Reyes Católicos, también se desarrolla el número de personas alfabetizadas. En especial las mujeres, sobre todo en ámbitos urbanos y cortesanos, se van interesando por el mundo de los libros. Obras como las novelas de Diego de San Pedro o Juan de Flores les están más directamente destinadas, como bien lo subrayan algunos prólogos. De la misma manera, van a propagarse misceláneas y silvas que permiten acceder a conocimientos básicos presentados de manera agradable, sin necesitar una formación muy especializada, aun cuando los libros de humanidad, sólo que muchas veces traducidos al castellano, dominan en las bibliotecas de los burgueses catalanes de finales del siglo X V cuyos inventarios han publicado Madurell Marimón y Rubió Balaguer.
Los Reyes Católicos asumen perfectamente el papel que les corresponde como mediadores culturales, o dicho de otra manera, como mecenas. Afirman, por ejemplo, en las Cortes de Toledo de 1480:
«Los reyes deven ser amadores de la sciencia e son tenidos de honrrar a los sabios e conservar en honrra a los que por sus méritos e suficiencias reciben insinias e grados.»
La Reina Isabel favorece la creación cultural, impulsando ciertas obras, aceptando las dedicatorias, como las de Juan del Encina, Diego de San Pedro, Antonio de Nebrija.
Pero en más de una ocasión los autores indican a las claras que tal o cual libro ha sido planeado en función de lo que había dicho la soberana. Uno de los casos más llamativos tal vez es el de la Gramática castellana de Nebrija, cuyo impacto político es evidente.
¿Se tratará, pues, de una cultura dirigida? El problema merece plantearse cuando en otros campos culturales es posible ver de qué manera la Reina ha orientado las actividades. Piénsese en la obra de algunos arquitectos y artistas, como Juan Guas, Enrique de Egas, Fernando Gallego, Pedro Berruguete o Diego de Siloe.
Ese mecenazgo lo ejercen asimismo los Mendoza de manera espléndida en Guadalajara (con el duque del Infantado) o en Granada con el conde de Tendilla. Revelador también es el caso del duque de Alba, quien, en su palacio de Alba de Tormes, ha sabido reunir a unos cuantos humanistas. Éstos alternan preocupaciones intelectuales y diversiones, según el modelo del vir doctos et facetus que poco después ha de transformarse, bajo la pluma de Castiglione, en el dechado del caballero cortesano. En este recinto han nacido y se han representado las églogas de Juan del Encina, poeta, dramaturgo y músico, quien escribe además un Arte de la poesía castellana en el cual exalta al castellano y, como buen discípulo de Nebrija, presenta, en una línea humanística, un tratado teórico aplicado a la poesía vernácula.
Las églogas, ideadas para un público cortesano (el de la Corte de Alba) con ocasión de fiestas litúrgicas o carnavalescas, llevan al escenario unos campesinos bobos, que hablan un tipo de sayagüés y se hallan dominados por sus groseros apetitos. No obstante, el tema campesino contiene en ciernes el género pastoril (que ha de desarrollarse posteriormente en España, bajo el influjo del italiano Sannazaro), así como la comedia de argumento rústico, la que ha estudiado Noél Salomon.
Pero frente al público cortesano y (o) burgués, aparece un número mucho más amplio de receptores. No hay que olvidar lo que han podido representar para los contemporáneos de los Reyes Católicos los acontecimientos que han presenciado: guerras civiles y luego paz y seguridad, prosperidad, caída de Granada, expulsión de los judíos, descubrimiento del Nuevo Mundo. Cuenta Pulgar que a lo largo del viaje de Colón de Sevilla a Barcelona, a raíz de su primer regreso a España, en 1493, grandes muchedumbres de gentes iban a verle admirados por los indios y los papagayos que le acompañaban, descubriendo de tal modo la alteridad más llamativa. De repente, se ha ensanchado el panorama cultural de todo un pueblo, el espacio y el tiempo han venido a cobrar nueva dimensión. El afán de saber y el deseo de novedad —ese deseo de novedad, que con el de invención, es una de las características clave del Renacimiento, según José Antonio Maravall— crean un horizonte de espera, para utilizar la terminología de Hans Robert Jauss.
La imprenta permite la difusión de informaciones gracias a la utilización de pliegos sueltos, de 2 ó 4 hojas volanderas baratas, que alcanzan amplia difusión, que se leen individualmente o en corro (el que sabe leer, lee en voz alta). Luego, estas noticias se difunden también gracias al circuito de la oralidad. Las relaciones de sucesos nacen de tal modo en la época de los Reyes Católicos, en la última (o en las últimas) década(s) del siglo XV. Son la forma primitiva de las gacetas (o sea del primer periodismo) y toman con frecuencia la forma de cartas. He aquí un ejemplo significativo, el de la carta de Colón, anunciando el descubrimiento, publicada en 1493, en Barcelona, por Pedro Pora, bajo la forma de un pliego suelto. El texto tuvo gran difusión y probablemente varias ediciones en castellano. Se tradujo rápidamente al latín y a varias lenguas vulgares con gran aceptación, lo cual provocó una serie de impresiones complementarias.
Sin embargo, en varios casos, ha sido el propio poder el que ha orientado la publicación de ciertas noticias con un intento claro de influencia ideológica y de manipulación de una opinión pública naciente que tiene conciencia de pertenecer a una «nación» española, unitaria, por fin reconstituida. Es lo que ocurre con varias relaciones que cuentan la caída de Granada y la entrada de los Reyes en la ciudad del Genil, o con esa relación que evoca el intento de asesinato del Rey Católico en Barcelona, en 1493, y el tremendo castigo recibido por el culpable.
Es precisamente esta conciencia «nacionalista» la que expresa Antonio de Nebrija en su Gramática castellana de 1492. La lengua cobra un valor político e ideológico evidente a raíz de los grandes acontecimientos que España, y más directamente Castilla, han conocido Es además la Reina Isabel quien le ha pedido al humanista que publicara la Gramática, lo que le confiere al texto un carácter semioficial y las perspectivas de desarrollo especifico del castellano las ha formulado nada menos que el obispo de Ávila, o sea fray Hernando de Talavera, el confesor y consejero de la Reina. El gramático tiene conciencia de vivir en un tiempo excepcional en que se ha realizado la unidad territorial y religiosa de España. Y una lengua, el castellano, ha sido el símbolo de esta unidad. La expansión interna y externa de España (para no decir Castilla) ha dado a esta lengua un esplendor desconocido. Es la lengua no sólo de todos los reinos hispanos, sino también de parte de Italia y de las «islas» como dice Nebrija (o sea de las Canarias; no puede referirse a las Indias ya que el descubrimiento colombino no se conoce todavía). Esta lengua —escribe el humanista— «está la tanto en la cumbre que más se puede temer el decendimiento della que esperar la subida» El castellano necesita, pues, que se le someta a una norma, que se establezca un arte para que conserve su esplendor y para que pueda acompañar el auge del imperio español. Nebrija, siguiendo a Valla, afirma, en efecto: «la lengua siempre fue compañera del imperio», y, valiéndose de un análisis histórico, diserta ya acerca de la subida y de la caída de los imperios que han ido acompañando el auge y el declinar correlativos de sus lenguas. Es lo que ha ocurrido con el griego y con el latín. Ahora España tiene un destino nuevo: el imperio no es romano, sino español. El castellano es la lengua que corresponde al latín y posee una dignidad parecida. Paralelamente, España está alcanzando la misma hegemonía que Roma, y los pueblos bárbaros, vencidos por ella, han de adoptar su lengua y su civilización, fenómeno que ocurrió en los tiempos del imperio romano. La promoción del castellano acompaña pues la promoción de España, cuyo brillante destino imperial ha planeado Nebrija (y antes, Talavera). No es extraño que un cuarto de siglo después, en 1519, ante las Cortes reunidas en la Coruña, el obispo de Badajoz, Ruiz de la Mota, al hablar en nombre del joven Carlos elegido al Imperio, ponga de relieve que España ha sido madre de emperadores y que Roma ha venido ahora a Castilla a buscar al nuevo emperador del Santo Imperio Romano (y Germánico).
En su Gramática castellana, publicada poco después de la caída de Granada, Nebrija marca este momento clave de España. Tiene la premonición del imperialismo político, lingüístico y cultural de Castilla en los años inmediatamente posteriores. Esta promoción de la lengua castellana, con una perspectiva «nacionalista» y expansionista a un tiempo, ya la había previsto el embajador Garcilaso de la Vega, el padre del poeta, unos años antes, en Roma, cuando ante el Papa y los representantes de los Reyes de Francia, Inglaterra y Portugal, no había vacilado en afirmar la superioridad del castellano sobre las demás lenguas vulgares. Al establecer una norma lingüística que supera al uso, Nebrija anuncia además el interés de los humanistas por la lengua vernácula e inicia un debate lingüístico (el Diálogo de la lengua de Valdés es de los años 1535). Anuncia también ese conjunto de gramáticas en castellano (a veces en ediciones bilingües) publicadas fuera de la Península, a partir de mediados del siglo XVI. Sus autores conocen la de Nebrija y se inspiran más o menos directamente de ésta y del prólogo en particular. Es lo que pone de relieve, por ejemplo, la Gramática castellana del licenciado Villalón que sale a la luz en Amberes en 155$ La misma importancia del castellano subrayan las ediciones bilingües de las novelas sentimentales, publicadas fuera de España a partir de 1550 Es el caso de la Cárcel de amor (en castellano y en francés) que edita Gilles Corrozet en París en 1552 y este texto, bilingüe, tendrá muchas ediciones.