
La retórica proporciona la nueva llave para la filosofía, tal y como la entiende Agricola. Se detecta en su pensamiento un esfuerzo por colocar el lenguaje en la base filosófica de la realidad, al estilo de Vico. Para Aristóteles, la retórica representaba la aplicación de la lógica al carácter y sentimientos de la audiencia. En un primer análisis, tomando como guía sus propias definiciones, Agricola consideraba la retórica meramente como el arte de componer discursos ornamentados, mientras que la dialéctica consistía en el modo de pronunciar dicho discurso de un modo creíble. Sin embargo, un estudio más detallado nos muestra que, para él, la lógica ya no se reduce a la mera lógica, sino a la dialéctica y la retórica al servicio de la palabra, oral y escrita. Este desarrollo se conoce con el nombre de “nueva retórica” o, si nos centramos en la desembocadura del proceso, “nueva filología”.
Los humanistas italianos redescubrieron la antigua definición de hombre como ζωον λόγον εχον, un ser vivo con la capacidad de hablar. Así pues, el lenguaje era el medio indispensable para los studia humanitatis. Las lenguas clásicas no eran simplemente herramientas para adquirir más información, sino una suerte de existencialismo filológico que permitía desplegar la esencia del hombre de alta cultura. La cultura antigua era algo que debía ser experimentado, no meramente conocido. La tarea de la filología consistía en llegar, mediante el estudio de los textos, a la comprensión objetiva de la esencia del hombre, no meramente en un sentido intelectual o racional, como una fase del pensamiento, sino a través de una aprehensión directa del amplio espectro de capacidades humanas. La tarea de la nueva retórica consistía en comunicar esta experiencia verdadera de los sentidos del hombre y hacerla asequible para los demás. A pesar que su altura intelectual no alcance la de un Bruni o un Valla, Agricola permanece en esta línea de desarrollo.
Dentro de este amplio concepto de filosofía, Agricola, al igual que sus precedesores y que los humanistas italianos, pone el énfasis especialmente en el amor por la sabiduría en el sentido radical de la palabra “filosofía”, en la centralidad de la virtud y en el dominio de un espectro enciclopédico de conocimiento. En su De libero arbitrio, San Agustín, para quien el Hortensius de Cicerón resultó decisivo, escribe: “Una cosa es ser racional, y otra ser sabio”. Aunque existen numerosos precedentes en la Cristiandad que avalan esta misma distinción, fueron los apóstoles antiguos de la elocuencia, Cicerón y Quintiliano, quienes, en cooperación con Séneca, le imprimieron al concepto de sabiduría una formulación especial. Para Quintiliano, la tarea principal consistía, más que en hablar bien, en el desarrollo de esas cualidades intelecturales y éticas que hacen del hombre un ser sapiens et loquens al mismo tiempo. La expresión clásica más lograda de la sabiduría ideal fue, sin embargo, la de Cicerón, quien en el De Officiis la definió como “el conocimiento de los asuntos humanos y divinos y de sus causas”. Agricola repitió esta definición verbalmente y, en parte, la integró en la estructura de su propio pensamiento