Las vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos es una obra escrita por el pintor y arquitecto italiano Giorgio Vasari que contiene una serie de biografías de los artistas italianos del siglo XVI. La primera edición fue publicada el 1550 en Florencia y la segunda edición el 1568. Es considerada «quizás la obra más famosa, e incluso actualmente la más leída entre la literatura antigua sobre arte, una de las obras más influyentes sobre el arte del Renacimiento italiano y uno de los textos fundamentales de la historia del arte por el caudal de datos obtenidos de primera mano, así como por la perspectiva adoptada por el autor en la organización de los mismos. Reproducimos un fragmento del extenso e interesante prólogo, escrito por Julio E. Payró, donde da cuenta de la génesis de la monografía. Puede descargarse la obra completa en este enlace.
En el curso de sus andanzas por las ciudades de Italia y sus visitas a los monasterios, Vasari fue acopiando informaciones acerca de todos los artistas que actuaban o habían actuado anteriormente en la península. Inició, pues, esa tarea de recapitulación tan oportuna en el momento en que dormitaba el genio. Visitaba los talleres de sus colegas, les requería datos acerca de su vida, examinaba los monumentos, recogía recuerdos populares relativos a los artistas del pasado, tomaba nota, cuidadosamente, de todas las obras de arte que veía y trataba de reunir noticias sobre sus autores y las circunstancias en que fueron realizadas. No omitía detalle: quería saber a quién habían pertenecido cuadros y estatuas, quién había hecho edificar tales palacios, en manos de quiénes estaban en su tiempo, y registraba prolijamente en sus papeles la ubicación exacta de cada cosa. Esos apuntes acumulados en largos años de viajes fueron la base documental de las Vidas , que empezó a escribir en 1546, luego de una conversación que sostuvo en Nápoles con el cardenal Farnesio y otros prelados e intelectuales, en la época en que dirigía los importantes trabajos de decoración de Monte Oliveto.
Cuando Giovio terminó de hablar, el cardenal Farnesio se volvió hacia Vasari y le preguntó: «¿Qué decís de esto, Giovio? ¿No será una bella obra, un gran trabajo?». «Bella, Monseñor Ilustrísimo, si Giovio cuenta con la ayuda de algún artista que ponga las cosas en su lugar y le diga cómo son en realidad. Digo esto porque si bien sus palabras fueron maravillosas, ha hecho confusiones y dicho unas cosas por otras.» A pedido del mismo Giovio, de Caro, Tolomei y los demás, el cardenal propuso entonces al pintor que le proporcionara al historiador un resumen y una noticia coherente de todos los artistas y sus obras, por orden cronológico, y Vasari prometió complacerlo.
«Así -agrega- me puse a ordenar mis recuerdos y buscar mis apuntes, tomados desde que era jovencito para pasatiempo mío y en razón de mi cariño por nuestros artistas, toda referencia a los cuales tenía yo muy a pecho. Reuní todo lo que al respecto me pareció oportuno, y lo llevé a Giovio quien, luego de alabar mucho ese trabajo, me dijo: "Giorgio mío, quiero que emprendáis vos la tarea de desarrollar toda la obra, en la excelente forma en que, según veo, sabréis hacerlo. Porque yo no me atrevo, no conociendo las técnicas ni sabiendo muchos detalles que conocéis vos; además, aunque yo hiciera el libro, a lo sumo escribiría un tratadito semejante al de Plinio. Haced lo que os digo, Vasari, porque veo que lo lograréis bellísimamente: me habéis dado prueba de ello en esta narración". Mas como le pareció que yo no estaba muy decidido, me hizo decir lo mismo por Caro, Molza, Tolomei y otros amigos míos. Y finalmente me resolví, y puse manos a la obra con la intención de entregala, una vez terminada, a alguno de ellos para que la revisara y corrigiera, y la publicara luego con otro nombre que no fuese el mío.»
Esta timidez de escritor novel que le hacía desear a Vasari la publicación de su libro bajo nombre ajeno, se disipó un año después ante las sinceras alabanzas que Annibale Caro hizo de la primera parte de sus Vidas, cuando se la sometió con el objeto de pedirle consejo y opinión. Caro sólo objetó algunos detalles de estilo, fácilmente subsanables; deseaba para una obra como ésta, una redacción sencilla, semejante al lenguaje hablado. Sin embargo, al mismo eclesiástico que reclamaba la palabra llana, y condenaba lo metafórico y peregrino, en la carta que con tal motivo escribió a Vasari, se atribuyen generalmente las partes más ampulosas del texto de las Vidas y, especialmente, aquellas consideraciones filosóficas con que se tropieza aquí y allá en los prólogos y los encabezamientos de capítulos, las cuales parecen haber sido su contribución propia a la obra de su amigo el pintor.