Edad Media y Renacimiento: dos actitudes frente a la Antigüedad


En un libro apasionante y apasionado, titulado Humanismo y Renacimiento (Guadarrama, 1968), Samuel Dresden abunda en la tesis de que entre la Edad Media y Renacimiento no existe una discontinuidad profunda, como muchos humanistas quisieron imaginar, sino una evolución natural, de manera que la tarea de preservación y transmisión que se mantuvo durante los mal llamados "siglos oscuros" fue la que posibilitó la recuperación del legado clásico grecolatino. Aparte de que es una idea recurrente, con la que por lo demás no todo el mundo está ni mucho menos de acuerdo, me parece de especial relevancia el énfasis que pone en la naturalidad con que los estudiosos medievales manejaban las fuentes clásicas, la cual revela una familiaridad que para los renacentistas ya estaba en cuestión: precisamente, el hecho de tener que "rescatar" dicha tradición era un síntoma de que la misma empezaba a resultar distante, en cierto modo extraña y, por lo tanto, en el carácter de 'misión' restauradora de los humanistas de los siglos XV y XVI detectamos el vicio que dicen aspirar a combatir: el de desgajarse del legado de la Antigüedad, ahora ya considerada desde una perspectiva académica y museística, y no viva y cambiante.

Cualquier distinción que intentemos plantear entre Renacimiento y Edad Media es solamente relativa, tendiendo a desvanecerse. En cierto sentido las cosas eran mucho más sencillas para los eruditos y artistas medievales; no existían, en absoluto, problemas para ellos al respecto. Sin la menor dificultad podían apropiarse de cuanto hallaran, convirtiéndolo en algo medieval. El artista del Renaciento reconocía y apreciaba la peculiar naturaleza de la cultura clásica, estimaba cada obra como una entidad completa a imitar, y, lo que es más, la colocaba dentro de su propio tiempo de acuerdo con su mismo mundo de las ideas. Parece, por consiguiente, que las tensiones entre los distintos elementos (los cuales no se consideraban en realidad como esencialmente diferentes) y la armoniosa resolución de las mismas en la obra de arte, fueron mucho más aparentes durante el Renacimiento de cuanto habían sido. Podemos citar como ejemplo de esto cualquier obra renacentista o humanista, y por mi parte me limitaré a un tema sólo, al objeto de profundizar de esta manera en el mismo.

La diferencia entre el panteísmo, que era el "sotrozo" de la Mitología clásica, y la doctrina monoteísta cristiana, sólo cabe describirla como radical e insuperable. Y el hecho de que no nos sorprenda cómo esta mitología jugó una parte importante durante el Renacimiento sugiere que hemos hecho las paces, por asi decir, con la naturaleza pagana del pensamiento y el arte renacentistas. Lo que puede resultar sorprendente es que ello fuese continuación de una poderosa tradición medieval. Pero hay más: no parece en absoluto extraño que los mitos romanos —por no hablar de los helénicos— fueran conocidos principalmente a través de las fuentes medievales. Obras enciclopédicas como las de Isidoro de Sevilla (siglos VI y VII), o Arabanus Maurus (siglos VIII y IX), ambas ampliamente leídas y de gran importancia en el mundo medieval de las ideas, contienen prolongadas disertaciones sobre temas mitológicos. Se dedicaron a este asunto tratados especiales, incluso entre los primeros cristianos: existen los de Servius (siglo IV), Martianus Capella (siglos IV y V) y especialmente lo escrito por Fulgencius (siglo V). El interés citado siguió sin disminución alguna muy avanzada ya la Edad Media. Juan de Salisbury y Alain de Lila pueden citarse entre los muchos que contribuyeron a una corriente de notable amplitud en favor de la literatura mitológica, corriente que penetró hasta el Renacimiento mismo.