El legado de Fray Luis de León


Resulta hoy imposible resumir cuál sea la importancia para nuestro tiempo de la obra y del hombre fray Luis de León. Las consecuencias dimanantes de su obra y personalidad no es fácil preverlas para el futuro. Sólo su carácter es una cosa definida y clara: no fue un espíritu destructivo, sino conservador y conciliador. En medio de un siglo en que tenía lugar el divorcio religioso, artístico y científico con la Edad Media en toda Europa, cultivaba y preservaba él los lazos de unión del cristianismo con la Antigüedad clásica y con el mundo del Antiguo Testamento, y esto no con medios políticos, ni como restaurador dogmático, ni reformador, sino sólo como humanista filológico y poeta. En él se hermanan e iluminan mutuamente dos tipos históricos: el antiguo del poeta vates y el más moderno del poeta philologus. Como poeta sigue aún hoy viviendo y ejerciendo su influencia.

Sus estudios y trabajos de pensador, pedagogo, traductor y prosista no han muerto, sino que han entrado a formar parte de su poesía, refinándose y eternizándose en ella. Su prosa, su filosofía y su conocimiento de las cosas de la vida son también esencialmente poesía. Fray Luis fue un hombre poético, no sólo porque lo idealicemos hoy, o porque lo elevemos a la categoría de figura, sino porque también lo fue en el modo en que consiguió conciliar las contradicciones de la vida y de su época, en último término, como algo al margen de la lírica. "Lo que yo deseaba era el fin destos pleitos y pretendencias de escuelas, con algún mediano y reposado assiento. Y si al Señor le agradare servirse en esto de mí, su piedad lo dará", dice en De los nombres de Cristo. Tenía la conciencia de ser sólo voz y acorde en cuyas armonías desaparecían las dudas, se templaban las contradicciones y en los que todos los particularismos tomaban una manera de ser nueva y homogénea, en medio de tanta variedad, corno en los cantos de Orfeo.

Tal vez sea ésta la razón de que sólo haya ejercido -y haya podido ejercer- una influencia comprobable allí donde la resonancia de su obra pudo ser apreciada de una manera inmediata, es decir, entre sus compatriotas y contemporáneos. En las historias de la literatura española se suele hablar de una escuela salmantina o de un grupo de poetas de Salamanca con fray Luis a la cabeza. En realidad esto es sólo cierto en cuanto su obra poética encontró oyentes y admiradores, pero no porque él fuera jefe de una escuela o corriente literaria. Su influencia no puede reconocerse tampoco en conceptos y métodos determinados ni tampoco en una conducta o actitud concreta ante la vida, ni tampoco en una manera especial de expresarse escribir Todo lo más en su estrofa favorita, la lira, o en algunas características especiales o en el empleo de ciertas palabras, imágenes, símiles y construcciones podrá encontrarse algo en ese sentido. Pero no puede afirmarse que exista un "leonismo" lo mismo que existe un platonismo del pensamiento, un petrarquismo del sentimiento, un maquiavelismo de la acción, un marinismo y gongorismo de la expresión. En esto tienen validez sus palabras: "De aquellos que de mí saber desean, les di que no me viste en tiempo alguno".

Únicamente aquellos que se sienten inclinados a indagar en el alma humana, en cuyo seno germinan y cobran forma real callados deseos, pueden encontrar una influencia de fray Luis reflejada en otros hombres y tiempos. Los testimonios más patentes de ese eco de fray Luis en otros hombres, los encontrarnos en los poetas y sus amigos, en Cervantes, Lope de Vega y Quevedo, en los siglos XVI y XVII, en fray Diego González, Meléndez Valdés y Jovellanos en el siglo XVIII, en Juan Valera y Menéndez Pelayo en el XIX, etc. Puede decirse, en general, que el barroco, la Aufklärung, e inclusive el Romanticismo, no fueron muy favorables a una comprensión profunda de fray Luis. Pero por otra parte, su Orden guardaba fielmente su recuerdo y conservaba sus obras teológico-filológicas Los siete volúmenes de sus obras latinas fueron editados críticamente por los agustinos entre los años 1891 y 1895. Se ha cometido una gran injusticia en considerar siempre las obras latinas de fray Luis como anticuadas y faltas de todo contenido. Precisamente en estas obras se realiza la unión de la fe y la ciencia, de pietas y philologia, que aún hoy -y precisamente hoy- merece la atención de todos. Mantener puro el texto de la santa tradición escrituraria, purificándola y aclarándola, haciéndola siempre actual, constituyó para fray Luis el sentido y valor de su virtuosismo filológico. Preferimos no imaginarnos cuál hubiera sido su actitud ante la crítica filológica de la Biblia practicada durante el siglo XIX, que contribuyó más a destruir que a mantener la confianza en la tradición. En una palabra, no era filósofo que obraba por cuenta propia, sino que se mostraba satisfecho y moderado en el concienzudo servicio de una filología que, a su vez, estaba al servicio de la fe

En el arte de mantenerse en el justo medio, en su fino sentimiento para estar dentro de las fronteras de lo hábil, de lo suficiente, de lo justo, de lo digno, de lo gracioso y de lo razonable; en la desconfianza contra lo extremo, puede todavía, en circunstancias completamente distintas, servir de gran ejemplo y modelo, extraordinario por su rareza, tanto en el campo de su actividad teológico-filológica corno en el de su creación poética en verso y en prosa.

Karl Vossler, Fray Luis de León. Espasa-Calpe, Madrid, 3ª ed., 1960, pp. 141-144.